Siempre me gusto dibujar, ya sea mientras espero la consulta en el hospital, mientras recorro en un micro las interminables avenidas de lima en donde el tráfico le permite a uno tener la tranquilidad y el tiempo necesario para reproducir un paisaje urbano, ya sea mientras espero por alguien en algún parque invariablemente, me gusta tener un lápiz y una pequeña hoja de papel a la mano, e inmortalizar un momento de mi vida.
Pero lo que mas disfruto es encontrarme con una mujer bella, que sin saberlo me brinde el tiempo necesario para retratarla, y conservar así su imagen. No me malinterpreten, todas las mujeres son bellas por naturaleza, pero existen musas que inspiran la parte espiritual del hombre y despiertan en él impulsos artísticos.
Desde que estuve en el colegio (un salón de clases es el lugar mas aparente para que una persona pose sin saberlo), descubrí este regocijo retratando a las mas lindas compañeras de clases, muchas de las cuales no eran amigas mías y quienes en su totalidad ignoran que eran inmortalizadas mientras atendían en graciosa pose inconsciente alguna aburrida clase de matemática o ingles. Lo único que me frustra es que siempre logro una imagen de perfil puesto que ellas no pueden saber que están siendo capturadas.
Aún ahora mientras transcurre una clase en la universidad lo hago, decenas de compañeras comparten junto a mis apuntes de economía, comercio o contabilidad, escenas perdurables de sus vidas que se confunden con la mía. No soy un enamoradizo, es que solamente admiro la belleza de la mujer de manera especial.
Ocurrió un día en el que mientras me entretenía retratando a una de ellas, me di cuanta de que era observado por una amiga en común, que confundiendo su mirada con la tenue luz que originaba el reproductor multimedia y que mostraba imágenes de puertos del mundo, me sentí descubierto, pero esta vez fue diferente por que no era la primera ocasión que retrataba a mi modelo de turno, era el décimo dibujo que de ella plasmaba en un cuaderno, siempre fui temeroso para relacionarme con las mujeres, y ella en realidad me atraía.
Sin yo darme cuenta se aproximo la descubridora de mi secreto y por mi espalda pudo reconocer a mi musa, me miro y no me dijo nada más, por ese día al menos, y yo sentía que tocar al tema era ponerme en evidencia y no le recrimine porque había ingresado sin permiso a un territorio que me pertenecía y descubierto sin querer que yo estaba enamorado de su amiga.
Ahora le agradezco que se haya atrevido a hacerlo, estoy sentado en la oscuridad de mi cuarto y al momento de escribir esta narración, junto a mi, la soledad ya no me acompaña, porque luego de saber la verdad la linda estudiante de mi salón me asiste en la composición de mi historia, mientras me abraza y un beso interrumpe de vez en cuando el sonido de las teclas.
Posdata: Por fin puedo retratarla con los ojos fijos en mi, con una sonrisa y eso me hace feliz.
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