El Cliente
Mientras Mariana se lavaba las manos veía a través de la puerta entreabierta del baño la espalda lunar de su cliente, tendido en una usada litera, libre como prado que invita a perderse, por un momento pensó que tal acción no tendría nada insano, pues nadie lo sabría, olvidó por un instante su trabajo y fue hacia él, tocó su torso desnudo deslizando su mano por las costillas enfundadas por pétreos músculos perfectamente delineados, acercó sus labios rozando la nuca humedecida por bálsamos que momentos antes ella había dejado al son de las caricias, aspiró ferozmente el olor del aceite mezclado con el que emanaba su cuerpo, un rubor se apoderó de su rostro haciéndola desistir, exclamando carcajadas sonoras que hacían eco en la pequeña habitación, callando al escuchar que tocaban la puerta.
-¿Esta todo bien?
-Si.. si... ja ja ja
Estoy nerviosa pensó, pero si no es la primera vez que tengo a un hombre desnudo frente a mí, pero aquel era diferente, de una hermosura angelical, se sentó a observarlo intentando adivinar que oficio desempeñaba, revisó la ropa amontonada en el suelo, eran prendas elegantes, la camisa y corbata de Armani, y un Rolex que Mariana no dudo en guardarlo en uno de sus bolsillos, siguió ahondando en conjeturas hasta divisar de pronto una cicatriz que le estropeaba la ingle, y nuevamente aquellos golpes en la puerta la interrumpieron.
-Señorita... corre el tiempo.
-Ya voy, ya voy, aún no termino
Ahora si estaba segura. Es un torero, musitó, las convexidades de su cuerpo y la perfección de su musculatura le hicieron llegar a tal conclusión, recordó sus constantes luchas contra las corridas de toros y otra vez su rostro enrojecido pero ahora de furia, hicieron que deje aquella contemplación.
Cogió aguja e hilo y mientras cosía la mortaja exclamaba, seguro te embistió un toro... maldito asesino.
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