A mis dieciséis años
vivo, borrosamente, las ruinas
que dejó el harén de resacas;
cada una peor que la otra
y la palabra “peor” es mucho peor que lo que dice el Diccionario.
Dieciséis y,
de igual forma,
desinfecto las úlceras de los amores mal curados
mientras le doy de comer
al Mono de la poesía, que se pone simpático de vez en cuando.
Y me agito,
me canso mucho subiendo al cielo.
Planetas gaseosos, cerebro universo,
mareado
me pongo a vomitar.

Más de tres lustros y
mi boca apesta, mi alma apesta,
y por último,
mi mundo apesta
al extraño vacío.
Mi vida se va por el excusado,
me grita el eco
de dieciséis años.
Y doy vueltas,
no respondo.
Con la mano temblorosa quiebro el estanque.

Ring Ring.
Dile que no estoy
o que fui a ver los muertos tormentos que mi memoria no muerde.
Impotente, no amarré bien a mi conciencia
y huyó en el más mínimo descuido.
Y no soy el único.
El único que a sus dieciséis
saborea el pus amarillento,
el único que siente a la muerte en su hombro
(Sonriente, babeante).
Ese absolutamente, no soy.
Y me harté
de que me cuenten
que es lo que dije o hice la noche anterior,
me harté de germinar
totalmente árido.
Porque quiero apostarle al poeta detrás del muchacho dolorido.
Quiero saber si mi carbón será diamante
o si el tiempo comerá y olvidará todo, como usualmente hace.

Ring Ring.
-¿Quién es?
-Soy yo, Willni
y te digo que mientras haya luz (en la superficie del mar), te estaremos esperando.
Te digo, igual, que rescates a los que hundiste.
Que la vida oxidará sus corazas,
en la profundidad.

Se acaba el tanque de oxígeno.
Con la ira de dieciséis golpes,
giro, salgo a la superficie.