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Coyoacán era una fiesta, y a pesar de todo siguió siendo una fiesta.
Aquel domingo, como habían sido todos los domingos antes de aquello, y como lo siguieron siendo después, la gente bullía de lado a lado. A cual más tomándose el tradicional helado de la Siberia, o haciéndose la caricatura para beneplácito de los acompañantes, o chachareando baratijas, o husmeando entre pinturas la que fuera de su agrado. El sonsonete parco y repetido de los folcloristas. La guitarra chirriante de la pareja con aires hinduistas. El ir y venir de los paseantes, unos con pendientes en los labios y en las cejas, y los más, sonrientes del ajetreo de la gente, sosteniendo entre las manos, las manitas pequeñas de los infantes.
Aquella mañana, me permití alejarme de casa. Me permití también vestir aquellos raídos pantalones de mezclilla, y aquella camisa guardada en el recóndito espacio de mi closet. La familia a cientos de kilómetros de por medio. Revisé libros. Ojeé revistas. Aproveché también para recorrer con la mirada, sin el más mínimo recato, todo cuanto a mí alrededor pasaba.
Al final de la larga fila de chácharas, entre los mocasines de cuero y las tarjetas hechas de amate y perfumadas velas, se asomó sin la más ligera intención de pasar inadvertida.
Ligera de ropas y el cabello suelto, la mirada profunda y los labios resueltos. Sonrió al ver que la miraba. Sonrió también cuando acercándome, en un murmullo le hice ver que aquellos pendientes le asentaban a las mil maravillas, y sobre todo, cuando le di a entender que con aquellos ojos, cafés claros como la mañana, cualquier pendiente luciría bello. Sola ella y solo yo, aquel jardín repleto. La pareja que me pide tomarles la foto del recuerdo. La sonrisa al sostener la cámara, y detrás de aquellos rostros, la fuente con los coyotes llenos de agua. El niño que sin quererlo, -eso espero-, me embadurna las nalgas con la paleta de caramelo. La risa ahogada por aquel detalle, y un poco de agua tomada de la fuente, para quitar los rastros de melaza.
Sin ningún disimulo busco entre tantos rostros alguno conocido, no encuentro nada y entonces me atrevo:
- ¿un helado?- pregunto
- prefiero más los dulces cristalizados- responde sin recato. -Rebeca, ha dicho también. A la pregunta de su nombre.
Ella ha escogido un limón relleno de coco. Veo sus labios cerrándose alrededor de el. La mano fina y los delgados y largos dedos, las uñas exquisitamente arregladas, el cabello largo y suelto deslizando por la espalda, la mezclilla del pantalón estrechando la cintura, las piernas esbeltas y el paso cadencioso y lento. Yo, un viejo rasguñando los cincuenta. Ella, librando muy apenas los veintes. Un libro siempre en mí ha sido un buen pretexto, el “Parnaso” claro está, la lectura de algún poema suelto de Mallarme, de Valle Inclán, de Sabines:

Tu cuerpo está a mi lado
fácil, dulce, callado.
Tu cabeza en mi pecho se arrepiente
con los ojos cerrados
y yo te miro y fumo
y acaricio tu pelo enamorado…

Hay que ver en sus ojos la impresión que ha causado mi lectura, y hay que entender aquellos largos silencios, y entender sobre todo la cantidad de señales que lanza con sus manos, y con sus gestos y con su risa, y cómo yo, en aquel juego de sutilezas, trato de interpretarlas y transformarlas en mis aliadas.
Una cubeta de cervezas coronitas y sendos chiles en nogada, el tequila que como alguien dice por allí, es la bebida que se toma de golpe y que se disfruta después, al exhalar sus vapores no sólo de dentro del cuerpo, sino sobre todo, de dentro del alma. Rebeca y los ojos intensamente vivos, Rebeca y los labios sedientos, Rebeca y el cuerpo ansioso, Rebeca y mi soledad acompañada, Rebeca y el llamado lejano de la bestia en mi cuerpo, el desequilibrio de mi montaña, la sinrazón de mi existencia…

Yo no lo sé de cierto, pero supongo
que una mujer y un hombre
algún día se quieren…

… Sabines de nueva cuenta,
Y entonces sin más, tomo aquel rostro hermoso entre mis manos y aproximándome, -como si no estuviera ya lo suficientemente cerca-, beso aquellos labios y de la manera más discreta le hago saber que Coyoacán tiene para nosotros demasiada fiesta.
Cayó la tarde, calló también el bullicio de la gente, uno a uno cada puesto fue desmantelado. Las caricaturas esperaran el domingo siguiente. El tamborileo y la danza de los Mexicas duermen ya. Los algodones de azúcar, los libros y las revistas, las lámparas envejecidas, las figurillas de papel maché, el sonido pausado de las semillas dentro de los palos de bambú, las sandalias de cuero que ya caminaron, los vestidos de manta, -remembranzas de los hippies y los años sesentas-.
Atravieso la plaza sombría y solitaria. Alguna pareja despistada que se santigua a las puertas de la Iglesia. Rebeca ha quedado atrás, como atrás ha quedado también la habitación que nos cobijó la tarde entera. Mañana lunes vuelve la familia, quizás vendremos a la plaza el fin de semana. Mi mujer escuchara la música de los folcloristas, y sin duda alguna se medirá sobrepuesta alguna falda de manta. Mis hijos correrán por el helado o el algodón de azúcar, y me pedirán el uno, el yo-yo chino, la otra, una pulsera, mientras yo a la distancia revisare en cada rostro y en cada cuerpo que se acerque, la figura de Rebeca.

Por eso es bueno que en Coyoacán siga la fiesta.


Agosto, 2005

Texto agregado el 08-08-2005, y leído por 470 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
31-10-2005 Un texto hermoso. Dainini
29-08-2005 Joder mi buen amigo has escrito con sencillez y elegancia, quiza al principio sentí que había un tropezon, pero despues riela con la belleza de coyoacan, algún enamorado no ha dio a coyocacan, vale ir, excelente, un final que es un sorbo de cafe y un caballito reposado... un abrazo ruben sendero
16-08-2005 Muy buen relato, describes los detalles que hacen sentir que estamos ahí. Mis 5* Peter_6
09-08-2005 TE agradesco que me haya hecho recordar el bellisismo Coyoacan y con ello esa chica que recorrio conmigo esos jardines tan maravillosos. Si , tienes razon Coyoacan es una fiesta! y gracias a Dios que siga siendo una fiesta! Saludos y mis estrellas para ti callitlitzin
08-08-2005 Muy bien narrado. Se adivina el colorido y el bullicio que magistramente trasmite tu texto.La pasión entre esas dos personas bien podría haberse eliminado. La fiesta bién vale por si sola el cuento. Van***** castillo
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