Las utopías siempre fueron sensibles a las actitudes humanas; están hechas para ser perseguidas, y lo saben bien, seducen y se escapan.
Las utopías son, por constitución, histéricas, pero también por convicción, saben que su razón de ser se funda en ese escape y persecución permanente, y tienen la dramática certeza de que al dejar de ser perseguidas, dejarían de ser.
Por eso esta utopía, realmente desolada, llora, sin consuelo, en medio de la peatonal. Llora sólo porque sabe que, en realidad, a nadie importa que llore.
Sentado en un bar un hombre revuelve, desde hace media hora, su café; se ha quedado absorto observando la triste escena que brinda la utopía; a través del vidrio empañado, a través de los ojos llenos de lágrimas de anoche. Dos veces el hombre se incorporó para acercarse; dos veces el hombre continuó revolviendo su café...
... y así el hombre y la utopía, desde la más profunda soledad, se justifican mutuamente la existencia. |