El silencio
ha perforado
la pulcritud del tiempo.
Cristales coagulados de tristeza
penden sumisos
de la nada.
Lágrimas muertas
desgarraron sus dichas
en la eterna promesa
de no volver ha ser…
Quizás callen…
Quizás ya no lloren…
Quizás sus entrañas
se vuelvan témpanos azules…
Quizás la muerte
use esos cuerpos
como el último despojo
de un disfraz de carnaval…
Quizás se olviden
el nombre
y más aún,
de la palabra,
de los mil disparos de letras
que escribían: Amor,
te quiero, yo estoy…
Que escribían “Ya voy”
en versos rociados de alcanfor,
en prosas de amarillas hojas,
en cartas escritas de madrugada
con olor a rocío y jazmín…
Quizás se olviden de ser,
o de haber sido
aquellos seres
que guardaban estrellas
en sus colchones,
los mágicos,
los hacedores de lo imposible,
fabricantes de mares y cielos multicolores,
fabricantes de pájaros blancos,
azules y amarillos,
fabricantes de las sonrisas
de los niños duendes,
los niños verdes,
los verdes duendes,
fabricantes de los abrazos improvisados,
de los besos incendiarios,
de lo profundo de los amigos,
del desesperado grito de rebelión…
Quizás se olviden
de ser poetas…
El silencio
ha perforado
la pulcritud
del tiempo
y corre peligro
la humanidad
de ser sumida
a la ignorancia final.
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