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Inicio / Cuenteros Locales / carlitro350pajaritos / El chico tres piernas

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Carlos dormía. De mala gana escapó de las sabanas y aún con mucosa ocular puso un pie afuera de la cama. Tuvo mala pata y, pese a no levantarse con el pie izquierdo ni con el derecho, dio un grito de dolor eléctrico que sirvió como despertador para toda su familia.

Extraño don le había dado Dios, dirán algunos. Sin embargo, para él, era una maldición de la genética: su miembro era del largo de su pierna.

Previo a su nacimiento, los médicos se rascaban el mentón y observaban sus ecografías como un cuadro de Roberto Matta. También el radiólogo preguntó a la madre sobre algún posible juguete sexual extraviado. El dilema es o no es, sólo se esfumó cuando Carlos nació, bautizando su peculiaridad como el síndrome Trípode, convirtiéndolo en el único caso vivo en el mundo que, de no haber sido porque los médicos temían ser demandados, lo habrían castrado por error al confundir su pirula con el cordón umbilical. En el hospital fueron discretos al mantener su anonimato y su familia decidió quererlo como un hijo normal, guardando el secreto para evitar insistencias de algún productor de cine porno o del Récord Guinness.

De niño su vida fue complicada, por ejemplo, no existían pañales de pierna completa; la solución para sus orines fue un pañal extra a la altura del tobillo. Carlos creció al igual que sus problemas y por comodidad guardaba su miembro en su calcetín derecho. Sus piernas casi alvinas habían perdido 23 veranos. Y todos sus compañeros de colegio se hacían la misma pregunta ¿Por qué Carlos se bañaba con pantalones después de Educación física? Que por cierto, era una clase muy triste para él; incluso los gorditos podían jugar al arco, pero él sólo podía trotar y mirar como jugaban los demás. Fue su decisión, claro, pero él jamás quiso que un compañero no le diera al balón y le propinara un patadón a su tobillo derecho. Entonces se quejó con voz de nena.

-¡Ay! es que nadie me entiende –le dijeron marica.

No era de extrañar que su personalidad fuera también otra deformidad. Peor su relación con las mujeres, a quienes evitaba, exacerbando su reprimido libido. Una erección no era placer, sino dolor y vergüenza. Había tenido que convencer a sus amigas que sufría de dolores lumbares y calambres, y que al encorvarse en 90 grados podía mitigar el dolor, para huir cojeando mientras le bajaba la erección, evadiendo su mente cantando el himno nacional.

Pero hoy, cuando sus piernas ya han pasado 23 veranos sin conocer el sol, las cosas empeoraron. Carlos se ha pisado la tula y ha gritado al unísono con otro gemido, que no proviene del interior de su cabeza, sino de los confines de su ropa interior hasta el tobillo.

-¡Mierda! No te basta con atrofiarme por la inactividad, que ahora me pisas !Me aburrí! Desde ahora mando yo -dijo su tula roja enfurecida con la vena hinchada. Carlos embelesado no atinaba a nada- ¿Qué pasa? ¿Te comieron la lengua los ratones? Desde ahora no seré más tu amiguito, igual de macabeo que la víbora de tu celular. Desde hoy me vas a escuchar. ¡La cabeza me va a estallar! 23 años llevo esperando, me han salido arrugas de lo viejo que estoy y no esperaré hasta que me salgan canas para que te eches un polvo. Debería darte vergüenza. No me importa si es una virgen o una puta. Tienes 24 horas para echarte un polvo o...

- ¿O qué? ¿Qué me vas hacer? -le interrumpió Carlos, agarrándolo del pescuezo.

- Cuidaito cuidaito o te juro que te cago la vida, mejor dicho, o te meo la vida, al nunca más retener tu esfínter. No te conviene amurrarme, podría condenarte a vivir encorvado para siempre-. Amenazó el gusano con una mirada cíclopeica malévola, antes de caer flácido.

Carlos se bañó, se vistió, guardó su pirula en su calcetín y salió de su casa. Diciéndose que quizás todo fue un extraño sueño por su obligado celibato, algo así como tener una Sinusitis sexual infectándole el cerebro.

La mañana estaba helada. Un calorcito inundó su calcetín.

-Para que veas que no es una joda, te quedan 23 horas -dijo el querubín con sonrisa burlona, de haberla tenido.

Carlos se cambió calcetines, luego encendió el auto y se fue a la Universidad. Pensó. No podía ser un sueño; ya que cuando uno sueña que se orina se despierta en la cama mojado, y él no se había despertado ni estaba en la cama.

Faltaban 8 horas para cumplirse el ultimátum. Tenía el pretexto y la obligación de conseguir una puta. En su auto paseo por distintas calles buscando aquella mujer profesional, a la más veterana, una dama que lo hubiera visto todo. Una vez acompañado con la octogenaria señora, se bajó los pantalones y sacó su manguera tiesa con dificultad. Rompió el espejo retrovisor y la veterana huyó como pudo del auto gritando. Estaba bien jodido, sí una experta reaccionaba así, no había forma de cumplir con el maldito polvo. Jamás estaría dispuesto a perpetrar una violación. La prensa roja le haría portada en el diario. "Ataca, la Anaconda violadora"

Llegó a su casa decidido, enfrentaría al chino tuerto a calzón quitado. Sacó un martillo del cajón. Se bajó los pantalones, se sentó en una silla y el niño sobre la mesa.
-¡En este cuerpo... No hay lugar para dos cabezas! -amenazó enseñándole el martillo.

-¡Ahí sí! Mira como lloro -se burló el bombero y le orinó la cara.

Encolerizado, intentaba martillarlo como quien trata de pinchar un tallarín resbaloso con un mondadientes. No medía las consecuencias, y aún cegado por la furia tomó un machete carnicero. Con la otra mano sujetaba al infeliz; lo degollaría vivo, cortaría el problema de raíz, rápido, como la caída de una guillotina.

No. No podía. Castrarse le daba nauseas con sólo imaginarlo. Se decidió. Le haría sufrir. Primero le pegó con un sartén, prosiguió con la tapa de una olla, luego con dos tapas, le zurraba como tocando los platillos de una batería, gritando con dolor, articulando agudos de vocalista de heavy metal. Entonces pausa, fatigado, casi a punto del desmayo, en su último esfuerzo, comenzaría a estrangularlo. Le zamarreo con una fuerza renovada, con locura, con el poder encarnado del clímax, de Thor, de Gokú y la bomba de Hiroshima.

El tuerto parlanchín yacía con los sesos derramados. Carlos diariamente consentía cumplir el ultimátum y, antes que el plazo se cumpliera, una lobotomía le borraría la memoria.


Moraleja: La Abstinencia produce esquizofrenia. La ciencia no lo dice, pero debería.

Texto agregado el 06-08-2005, y leído por 378 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
16-11-2005 Jajaja!, tu cuento es genial, aunque, dos detalles: Primero, el exceso de "chilenismos", recuerda que aquí hay gente de distintas latitudes que tal vez no termine de comprender algunos términos. Segundo, la historia pierde fuerza llegando (tratemos que no sea un síntoma real, jo!) y por último, algunos errores de tipeo. Sólo eso, por lo demás, muy bueno. Saludos. America
28-09-2005 MUUUY graciosooooooo. <Dolorde barriga> no tenes sentido del humorrrrr. Por fin algo que sale de las cosas habituales de esta pagina. beautyqueen
06-08-2005 Es de lo peor que he leido aquí. Y te juro que he leido bastantes cosas. Cuídate. DDB dolordebarriga
 
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