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Atrapado entre las suaves y dulces corrientes me perdía en sonrisas y experiencias exageradamente difíciles de describir, los amarillos de las plantas se tornaban dorados, los verdes de aquellas estupendas hojas de mimbre y amor se expresaban elocuentemente al correr por sus venas el estimulante más narcótico e hipnótico que la naturaleza podía disfrutar. Mis ojos solo veían perplejos imágenes de juegos y fantasías, el bosque se torno pesado y frustrante, su perfección me empezó a ahogar dentro de sus raíces, las aguas de la quebrada se tornaron frías e hirientes, solo deseaba salir corriendo de allí, pero el misterio que componía todos los sonidos del bosque me mantenía cautivo, secuestrado, pero ya no por la perfección, sino por la sensación de morir, de perdición, de desesperación, de pronto, por un instante, tal vez tan largo como un día o tan corto como una millonésima segundo volví a ver como el sol se abría paso entre los gigantescos árboles y sus cómplices ramas que pintaban todo el cielo de silencio y un verde terrenal bastante oscuro y a veces perturbador, fue en ese momento en que el cielo se pintaba de nuevo de un azul asombroso y celestial, que pude escapar, salir corriendo hacia el mar que me esperaba, que me atraía, que deseaba con el alma volver a ver. Sin embargo el bosque encantado de mi visión continuaba poniéndome trampas para mantenerme sometido, prisionero de una belleza magistral, mis pies descalzos corrían tras el mar que parecía escapar, no me importaba cuantas cortadas podría llegar a tocar, solo poder volver a ver el mar, poder volver a sentir su fuerte sonido y su esplendido aroma a libertad. |
Texto agregado el 06-08-2005, y leído por 100 visitantes. (0 votos)
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