El mar me llama
a través de la bruma sedosa
con aromas azules e intensos
como la lenta marcha hacia la cúspide
del monte del olvido absoluto.
Y caen los suspiros derramados
en la tierra lodosa
brillando en un relámpago
disfrazado de algo que no es.
Retrocedo distante
disgregada de luces y de sombras
nublada la memoria.
Y mientras mi latido
se hace noche estrellada
me rodeo de miedo
blandiendo diez preguntas
hacia aquel laberinto
de las formas inquietas.
Y pernocto en los recuerdos
dando un paso atrevido
hacia la inercia desbocada
de las incertidumbres
observando en el cristal
sin que la noche me responda.
Un rayo de cien látigos
rodea mis muñecas
y mis manos abiertas
empujan la indecisión
que se oculta tras los soles
goteando en la penumbra
su fuerte contenido resistido
rasgando mis lentos pasos.
Me hundí entre los vaivenes
de dedos que intentaban
enlazar mi mirada perdida.
El oleaje de las densas arenas
barnizó el nuevo cauce anaranjado
cortando en trozos de miedo
el acero inmóvil del temblor
que se hizo remolino de suspiros.
Y en un llanto vaporoso
cuando el amor se ocultó
tras los rosales en invierno
un solo brote lo inundó con su calma
antes del estallido de la rosa
que se partió en mil voces
entre sus pétalos unidos al caer
arrullando lo insondable
de un puerto lejano
que construyó de pasos un muelle
con todos los aromas dorados
que calmaron la sed del horizonte.
Destiló el secreto de la magia
mientras en vano se ocultaba el sol
acercando el imán de la tormenta
que atravesó el latido exacerbado
hasta alcanzar en puntillas
la nota más alta de ese punto infinito.
Y las estalactitas se quebraron
diluyéndose entre las húmedas
grietas de la hoguera
ondulada de estertores lumínicos
deshaciendo la fuerza
de la bruma rebelde
que no logró impedir
que yo escuchara el llamado del mar.

05.08.2005