No sabía que esperar de esta contienda; él, seguía sumido en un orgullo barato que a nada lo llevaba, Yo, desperdiciando mi talento en su insignificancia... Y las horas trasladaban lo mejor de mí en esa fría costumbre porteña de cerrar los ojos ante la realidad, en una mezcla agridulce de llanto y risa trunca que invadían mis poros. Deseaba estar a su lado, volver a repetir esa mágica sonrisa que había esbozado frente a mis ojos, desvestirlo y vestirlo hasta alcanzar la cima del placer, bajo un último suspiro entre mis manos... , aunque nada ocurrió. Entonces sólo sigo conservando la frialdad de su mirada, bajo ese agónico final ante mi rostro que no deja de mirarme...



Ana Cecilia.