La lluvia se revuelve inquieta entre las montañas del Perú. Atmósfera embriagadora de bruma, de olor a humedad incierta y de colores fantasmagóricos. Soledad y vacío. Inmensidad oceánica que trasciende hasta el infinito. Sombras en relieve que suben y bajan como la espuma, atrapando los corazones solitarios. Y en medio de este escenario alegórico emerge como de un sueño “La Inventada”, tan fantástica como el propio espacio que la envuelve. De largos cabellos rojizos enredando sus pies desnudos. Ojos grises y penetrantes. Vestiduras blancas y vaporosas, balanceándose con el viento. Parece un ángel bendecido. Camina majestuosamente, pero casi diría que vuela porque apenas vemos sus pies tocando la tierra húmeda.
“La Inventada” no come ni duerme. Es una extravagancia del universo, un ser casi etéreo o volátil que se confunde con las montañas.
La lluvia sigue azotando con ímpetu el paisaje encharcado. La noche se va apoderando poco a poco del misterioso lugar en el que “La Inventada” parece esconderse para siempre, hasta fundirse en un marco de magia somnolienta.
“La Inventada” llora. Quiere salir del hechizo que la mantiene aislada en esas montañas, castigada, alejada del amante que le provocó su propio delito. “La Inventada” sueña, espera escapar un día de su cárcel viviente.
Hace mucho tiempo, los dioses la castigaron por mantener relaciones con su propio hermano. Entonces era una hermosa joven sonriente, amable con la vida, y pintada con una luz blanca en su rostro. Le gustaba perderse entre la niebla de las montañas y esperar allí el encuentro de su amado. Ella ignoraba que era de su misma sangre. Se habían conocido tan sólo hacía tres meses y la atracción fue mutua desde el primer momento. Ismael, que así se llamaba él, amaba con locura también a la dulce Gisela. Sabía que era de la familia, pero ni siquiera había supuesto que se trataba de su hermana.
Una noche de luna llena en la que los dos amantes se morían de placer en su escondite secreto, Aris, dios de las Sombras, junto a Nemes, dios del Sol, celosos de los amores de los dos jóvenes y horrorizados por el acto de que los dos fueran hermanos, castigaron cruelmente a Gisela, convirtiéndola en un espectro, un fantasma sin retorno, “La Inventada”. Desde aquel instante, los cielos empezaron a llorar cada día, la bruma se hizo intensa, y la muerte y el dolor se extendieron por aquellas tierras.
Cuentan la leyenda que Ismael se arrojó al vacío aquella misma noche en que desapareció “La Inventada”, porque su propia vida dejó de inventarse para siempre.
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