Me despego de esta tierra que de un jalón ya es tierra muerta, pobre, de ti crecerá concreto gastado como anticipo de esos pasos vacíos de cursores quebrados y agujas extraviadas. Y me voy con estas alas viejas curtidas en el corazón de las tormentas, me voy de esas nuevas pretensiones que con sólo ponértelas envejecen. Me voy para fundirme en esos longevos ocasos, para arrullar a las párvulas madrugadas mientras despiertan y deshidratarme bajo el sólido sol del medio día, rompiendo las cadenas de estos estrechos y rígidos apéndices de metal; y se extienden, atrevidas, mis propias alas, libres, y muerden los grilletes de volar en alerta, limitado por los arcos rojos, los pitos de pérdida y radios de acción. Quiero dejar un plan de vuelo, eterno, para sumergirme en ese cielo, sin cueros ni estrellas, en el que no hay hipoxia ni troposfera que valga; pero se levanta el hombre con su ruidoso progreso y su sigilo de muerte provocando la eterna emergencia, pues hasta los sueños necesitan factura y no hay ya tierra firme donde poner ruedas, los instrumentos avisan, han desaparecido los alternos y en los tanques de combustible sólo queda un cuarto de hora de tu sangre. |