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*Biogracuento: La familia de Mr. B.*

PRIMERA PARTE

Mr. Poorman estaba en grandes aprietos. La deuda que poseía con sus acreedores era lo suficientemente grande como para hundirlo en una pobreza sin retorno. No sabiendo qué hacer recurrió a su antiguo camarada Mr. Petman quien oficiaba de veterinario y barbero en Dreamwood , el pueblo en dónde comienza esta historia.

_Mr. Petman, estoy desesperado, caeré en bancarrota si no encuentro alguna forma de saldar mis deudas. – dijo Mr. Poorman.

_A ver amigo mío – lo tranquilizó su camarada – no desespere, todo tiene solución. Siéntese y fume pipa conmigo, juntos pensaremos en algo.

Pasaron varias horas en las que el humo llenó la habitación y sus ocupantes casi mueren asfixiados sino fuera por la intervención de Samantha, la mucama con descendencia africana, quién abrió la ventana dejando que el frío aire de julio renovara la atmósfera de la sala. Los dos hombres no se enteraron de lo sucedido, sin embargo, despertaron de sus cavilaciones cuando uno de ellos, no pude ver cual, comenzó a sentir el frío.

_Creo que ya es la hora de cenar. – comentó Mr. Petman con intenciones poco hospitalarias hacia su amigo - Se hace tarde y tiene un largo camino a casa.

_Ya lo sé. – respondió Mr. Poorman con normalidad, y agregó – Por eso he traído conmigo una linterna y a mi fiel perra Flufly para que el regreso a casa, luego de la cena, no me resulte solitario.

Viéndose privado de su oscura soledad, al veterinario y barbero de Dreamwood no le quedó más remedio que aceptar una noche en compañía de su viejo camarada. Finalizada la cena y en medio de una discusión sobre la similitud entre mamíferos y moluscos, Mr. Petman, hizo un rápido cambio de tema justo cuando Mr. Poorman comenzaba a hablar de lo llamativo que le resultaban ciertas criaturas de Australia, cuyo nombre no recordaba, pero aseguraba haber visto una vez en una tienda de rarezas. Estos animales eran del tamaño de un conejo y tenían por boca una especie de pico de pato. Algo realmente fuera de lo común.

_Creo que ya tengo la solución para su problema – interrumpió el veterinario –. Conozco una señora en Blackhill, un pueblo a dos millas de aquí, que pagaría cualquier cosa por conseguir una cocker como la suya. Y si la encontramos bebiendo whisky seguramente, Mrs. Amaly, pagará el doble.

_¡No! Jamás podría vender de mi amada Flufly – dijo horrorizado Mr. Poorman ante la propuesta de su amigo.

Demás está seguir contando esta escena cuando todos somos concientes de cómo terminó. A la semana siguiente, en Blackhill, Mrs. Amaly tenía una nueva compañía y Mr. Poorman, gracias a Flufly y el whisky de la señora, había conseguido unas cuantas libras que le permitieron saldar sus deudas, cambiar de casa, abrir tres nuevas sucursales de su negocio y comprar un doverman, su raza preferida.

Al mes, Mrs. Amaly entregó a Flufly a Mr. Petman ya que no sabía a quién pertenecía. Afirmaba que esa mañana, al despertar, se sorprendió al encontrarse con una cocker acostada a su lado. Luego de interrogar a la servidumbre sobre el origen de la bestia, y al no hallar ninguna respuesta convincente, decidió hacer lo que creía más conveniente, entregar al animal a su amigo veterinario. Luego de estas explicaciones, Mrs. Amaly, se retiró. Dicen algunos en el pueblo que esa tarde, y luego de beber, la señora de la Mansión F adquirió una iguana a un preció despampanante.

Mr. Petman no obró con lealtad hacia su amigo. En vez de llevar a la perra con su antiguo dueño prefirió ponerla en venta. Flufly fue comprada esa misma tarde por un hombre de apellido impronunciable a quien llamaremos Mr. B.

Aquí haremos un recorte temporal. Mr. B. y Flufly fueron más que amo y perra, fueron marido y mujer. Entiendo que para muchos conservadores patriarcales no exista diferencia entre una relación y otra, pero el hecho de que Flufly sea literalmente una perra no significa que no estuviera en igualdad de condiciones respecto a su marido.
Luego de cuatro años de relación, tuvieron a su primer hija, a quien llamaron Paulina. Pocos años después le seguirían Noelia, Melina y Luciana. Podrían haber sido una familia feliz sino no fuera por aquel día oscuro.
Un 3 de agosto Mr. B regresó de su trabajo dos horas antes de lo habitual. Entró a su casa en silencio pues quería dar una sorpresa a su esposa. Llevaba entre sus manos un ramo de rosas y una caja de Royal Canin. Sus hijas no estaban, lo sabía, habían ido a la biblioteca como de costumbre. Subió lentamente las escaleras, sin hacer ruido, y se dirigió a su habitación. Sin preguntar abrió la puerta de un golpe y con la misma rapidez con que la puerta golpeó la pared, las rosas y la caja cayeron al piso. Lo que vio es literariamente de mal gusto. Solo diré que sobre la cama y bajo las sábanas blancas Flufly y un doverman hacían lo que, sin duda, todos hemos visto alguna vez que hacen los perros en la calle. Con el rabo entre las patas ambos perros salieron corriendo y escaparon por la puerta del jardín. Jamás los volvieron a ver.

El golpe emocional que esto significó para Mr. B. fue enorme. Se dice que después de esta experiencia cayó en un poso depresivo tal que tuvo que entregar a sus hijas a familias adoptivas que se llevaron a sus niñas a lugares muy distantes de la Argentina.

Un año después de este hecho su salud comenzó a mejorar, sin embargo, padecía de una amnesia temporal la cual le impedía recordar a sus hijas. Una tarde, a fines de Septiembre, fue a la barbería de Mr. Petman. Mientras éste cortaba su cabello, Mr. B. comentó:

_Sabe Mr. Petman, me siento solo. Usted que también es veterinario, ¿no tiene alguna mascota que me pueda hacer compañía?

El barbero no lo dudó y luego de un momento regresó con una caja que entregó gustosamente a su cliente diciendo:

_Tenga, se la regalo. No de las gracias, sé que usted los cuidará mejor que yo.

Mr. B. regresó a su casa con la caja en cuyo interior se encontraba una bella pareja ornitorrincos a los que adoptó como hijos legítimos.
Agradecido de la bondad del veterinario, no sospechaba que Mr. Petman no obraba por buena voluntad sino que se estaba desasiendo de un problema que no quería afrontar: un hijo. Así es, la señora ornitorrinco estaba embarazada del veterinario, pero nadie lo sabía.
Pasaron los meses y el animal dio a luz un precioso niño, al que llamaron Santiago. Dos hechos inexplicables ocurrieron con este nacimiento. El primero fue que el niño nació luego de estar casi cuatro años en el vientre de su madre; el segundo fue que a pesar de ser una cría humana, el señor ornitorrinco lo encontró parecido a su padre y nunca sospechó sobre su paternidad.

A seis años de su nacimiento, los padres de Santiaguito perecieron en un terrible accidente donde un corcho de sidra estuvo involucrado. Así fue como Mr. B se quedó nuevamente sin hijos y, cayendo en un segundo pozo depresivo, entregó a Santiago a una familia, haciéndose adoptar él mismo por otra.

Nuevo corte temporal. Pasaron muchos años y Mr. B recuperó no sólo su memoria, sino a toda su familia. Algo habían heredado sus hijas y adquirido su nieto, el amor por la escritura. En un página literaria todos se encontraron. Pero había nuevos integrantes.

Paulina, luego de una relación intensa con un tal Emiliano, ahora tenía un hijo – el nieto preferido de Mr. B – llamado Lalo. Este, a su vez, era el padre del hijo de la hija más pequeña de Mr. B., Luciana, cuyo nombre no recuerdo. Melina era madre soltera, y su hijo tenia por nombre Martín. Solo Noelia se mantenía sin crías. Pero no termina aquí esto. Luciana adopto a un segundo hijo, Matías y Santiago encontró a su tía (hermana de su padrastro ornitorrinco) llamada Viviana. Lalo consiguió novia, su nombre era Julia, pero con ella no tuvo hijos. Y no olvidemos a la hermana de Mr. B., Mrs. L, pero de la cual nadie habla. Tiempo más tarde Mr. B. adoptaría una nueva hija, Lucila, que a pedido de sus verdaderas hijas la convirtió en hija de sangre luego de hacerle beber una poción compuesta con la sangre suya y de Flufly (No se sabe como la consiguió. Se sospecha que guardaba una muestra en la heladera).

En la actualidad la familia de Mr. B. sigue dispersa por el mundo, pero gracias a Internet pueden mantenerse en contacto.

Solo me resta despedirme y agradecer a esta familia pues su historia me permitió pasar este grato momento elaborando un texto que nada tiene de literario pero que ofrece un sano divertimento a aquel que desee conocerlos.

SEGUNDA PARTE: Correcciones

Luego de nuevas investigaciones se comprobó que:

Viviana no era hermana del Ornitorrinco sino amante. La señora Ornitorrinco había sido engañada por su marido para que llevara en su vientre la criatura concebida por Viviana, de la cual él se consideraba padre, pero eso nunca se supo. También había sido engañado Mr. Petman para que se hiciese cargo de la criatura.
Al mismo tiempo, Viviana era hija de Mr. B. Al nacer se creyó muerta, pero gracias al frotado de Mrs. Servant revivió. Pero resulta que ésta en realidad era una traficante de niños por lo que, engañando a los padres, dijo que la niña había fallecido y la vendió en el mercado negro. Según el libro diario de la tienda donde fue vendida la bebé, dice que a cambio se recibieron tres kilos de papas, una zanahoria rayada y tres cajas de palitos chinos (a una de ellas le faltaba el palito blanco pero se las ingeniaron usando el amarillo). Así fue como la niña dio la vuelta al mundo en ochenta días para regresar –bastante crecida– y convertirse en amante del Ornitorrinco y madre de Santiago, el cual siempre supo quién era su verdadera madre. Y acá corté la investigación porque el asunto se estaba complicando demasiado.
Por otra parte, Luciana renunció a su hijo del cual nunca más nada se supo. Lalo, por otro lado, renunció a la maternidad de Paulina, transformándose en un Boere en término negativo. Es decir, se lo considera un no-Boere, no-hijo, no-nieto, no-sobrino, pero sigue siendo parte de la familia.
Matías nunca fue hijo de Luciana. La razón de tamaña confusión fueron unas copas de más en una noche de verano.
Lucy adoptó a Bruno como hijo sumando un integrante más, mientras que Celina –más conocida como Zel– tomó como madre a Noelia convirtiéndose en la primera nieta Boere.
Finalmente, Mrs. L, quien como Mr. B. nació de una vaca de San Antonio llamada Bubamara, terminó siendo más reconocida en la familia.
Sobre la madre de Flufly y el burro se habla en otro cuento.
Esta es la sencilla (?) historia de los Boere.
Fin.

Samurai Cats
(Cuentógrafo)

N. de A: Aún está en proceso legal la incorporación, o no, de un tal Mr. K.

Texto agregado el 05-08-2005, y leído por 301 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
07-11-2005 La burocracia es demasiada. Pero bueno... Saludos!...ø Kreutzer
05-08-2005 Mi hermana te calificaría así: BPP Un abrazo castillo
 
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