Ayer, mientras dormía tuve un hermoso y a la vez un extraño sueño, la vi cabalgar sobre un caballo alado, como el de la mitología griega, lo hermoso del sueño, era su vestimenta plateada y sobre sus sienes una corona de astromelias rosadas, la seguía una bandada de aves canoras entonando esa canción que solía cantar cuando me enojaba por cualquier trivialidad, y entre el coro armonioso su pausada voz se alcanzaba escuchar como un te quiero al despertar de cada mañana.

“Mujer divina como fascinas
y me dominas el corazón”

Luego entró bajo el arco de bellos colores diciéndome adiós con las manos llenas de serpentinas que izaba al son de la música y cuando caían al suelo germinaban como frutos de otoño, detrás de ella aparecían cascadas pintadas al óleo en un lienzo de nubes rosadas y las huellas que dejaba el corcel se dibujaban corazones color carmín que alzaban el vuelo convertidos en mariposas y se posaban en mis labios.

Lo extraño, eran los bufones y arlequines qué cerraban la comparsa haciendo piruetas y malabares sobre zancos con sus rostros pintados como payasos de circo pobre y lanzaban sobre el sol pintado en el lienzo de acuarelas el rocío que formaba el arco de lindos colores que se alzaba sobre la desnuda calle adoquinada de ilusiones.
Entre el jolgorio y el festín se reflejaba la tristeza, eran mis penas que volaban tras las quimeras presagiando su partida, luchaban contra guardianes de palacios persas y dragones de dos cabezas que me ahuyentaban con sus lazos de fuego cuando trataba de acercarme a ella, entonces fue cuando me desperté bañado en sudor y temblando de miedo pero ya ella no estaba. Fue entonces cuando comprendí que la había perdido, qué sus labios besarían otros labios y qué más nunca volvería a sentir su mágica sonrisa.