Ahí estás, como siempre, al otro lado del espejo.
Con tu inocente y bella desnudez, me miras curiosa desde el otro lado de la memoria, con esos conocidos ojos grandes y melancólicos. Solitaria como siempre…
¡Te echo tanto de menos!, tan cerca, tan lejos, puedo acariciarte, reflejada, con tu tacto resbaladizo de cristal, pero, cada vez me cuesta más sentirte.
Ya no me reconoces, lo sé, lo veo en tu mueca mohína y tus manos nerviosas, con sus uñas pintadas, torpemente, de negro.
No entiendes mi vida, ahora que el cuento de hadas ha dado paso a la pesadilla, y las esperanzas ensoñadoras a la insoportable rutina y soledad del ser, soledad fría que lanza al alma a sus yermos y estériles parajes helados, ahora que ha desaparecido la magia y la vida, ahora que mi mirada no transporta poesía…
Tú, tan llena de sueños y misterios, cuya pasión violenta corre oscura por la sangre hirviente, la enamorada del amor, tú, la musa etérea, la hermosa salvaje, la Dama trágica y oscura, capaz de crear universos con sus blancas manos, con su indomable imaginación, ¡como te añoro!
Me gritas, ofendida, desde el otro lado, aunque ya casi no puedo oírte.
Deseo escucharte, recordarte, y recordarme, tan única en mi sencillez, volviéndonos una, de nuevo.
Deseo que me reconozcas en el espejo.
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