Martes 20 de julio. Kiosco de diarios. Aníbal Pinto entre Freire y Barros Arana, Concepción. 14.30hrs.
En la mañana cuando vi la portada con el titular, inmenso, a todo el ancho de la pagina, que decía que el ganador a los quince aciertos era de Concepción, y más aún, que el cartón se había vendido a la vuelta de mi kiosco, en la agencia que está en Barros, no lo podía creer. De inmediato se me vino a la mente la imagen de don Fermín asomándose, el domingo en la mañana, por fuera del Kiosco y preguntándome si quedaban “Kinos”. Créanme... el último lo había vendido minutos antes a un niño, que lo recuerdo porque me pagó trescientos pesos en monedas de diez y eso es algo que me irrita muchísimo. A don Fermín, que era muy creyente, nuestro Señor, sin duda, le tenía algo guardado sólo a unos metros de distancia –pensé-. Lo que no me acuerdo es si iba solo o acompañado, pero para el caso da absolutamente lo mismo.
Hace más de quince años que él pasaba sagradamente por fuera del Kiosco: Siempre hubo un saludo, aunque no comprara nada. De su vida, sólo sé que había jubilado a temprana edad de Ferrocarriles. Al parecer, un desafortunado accidente hizo de su forma de caminar algo más que peculiar, condenándolo a la eterna compañía de un bastón.
A la vuelta está lleno de periodista y curiosos que preguntan quién habrá sido el ganador. Yo lo tengo clarito. Ganas no me faltaban de ir a contarles que un cliente mío era el afortunado: Lo sabía porque hace quince años pasaba por mi quiosco todos los días y curiosamente no paso ni ayer, ni hoy. Además, y esto es sólo para agregar más datos a la causa, yo lo mandé el domingo en la mañana a la agencia de la vuelta, porque a mí se me habían terminado los Kinos unos minutos antes. No había por donde perderse, don Fermín era el nuevo millonario del que todos hablaban y yo era el único en saberlo.
La mañana se me pasó volando. Durante gran parte de ella le estuve dando vueltas a la idea, acordándome que en algún momento - eso sí que hace ya algunos años- don Fermín me dijo que si se llevaba el premiado algo iba a caer en mis bolsillos, que dicho sea de paso, a esas alturas, ya estaban bastante rotos. Mi hija estaba por llegar con el almuerzo, yo quería desahogarme con ella y contarle también, por qué no, que nuestra suerte podría cambiar en los próximos días, cuando, por alguna razón, doy vuelta el diario que estaba a un costado y miro justo el obituario del día: don Fermín que, en ese preciso momento recordé, se apellidaba Salazar, aparecía recordado por sus nietos, primero, y luego por sus ex compañeros de Ferrocarriles del Estado. Si les digo que mi rostro se desfiguró y pasó por cuanto tono de blanco existe, es poco. No sabía si reír o llorar, en tan sólo unas horas le había tomado un gran cariño al pobre viejo.
|