Son las 15 horas con 32 minutos, de un sábado nublado y frío.
El estadio Las Higueras de Talcahuano, recibe a 6 mil personas, en sus mal cuidadas tribunas y galerías (sin contar a los ya infaltables hinchas del cerro.) Todos vibran con el pitazo del arbitro Rubén Selma, que da inicio al partido más importante de la fecha del campeonato local.
La pelota comienza a recorrer el sí cuidado pasto acerero. Colo-Colo se enfrenta al cuadro local, Huachipato. En la cancha los jugadores teñidos de blanco van en busca del azul y negro que se hace dueño del balón de cuero durante los primeros minutos del cotejo.
En la tribuna se encuentra por primera vez Joaquín. Con 5 años de edad, este es su primer partido de fútbol “en vivo y en directo”. Sus ojos cansados, por la desvelada noche que tuvo, ven con asombro cada detalle del encuentro: Vendedores, hinchas, jugadores, niños, son parte del escenario. Joaquín atento los mira desde su preferencial asiento y busca establecer con alguno de ellos cierta complicidad en lo vivido.
Pedro Álvarez, papá del niño, es un hombre avezado en las canchas. Con más de 20 años de experiencia, va orientando a su primogénito en el mundo de “la pelota” y trata de explicar las funciones de cada actor en la enorme obra llamada fútbol.
Huachipato pudo abrir la cuenta en el minuto tres, cuando Rodolfo Moya no pudo concretar un preciso centro de Federico Bongioanni. De esto, Joaquín parece no entender nada: gente aplaudiendo, saltando y gritando el casi gol del equipo azul y negro despertaron los ojos del niño que miraba con palpable susto aquella escena. Y es que ahí dentro todo es distinto. La Tv no alcanza ha mostrar el mundo detrás de la cancha. El aroma intenso de la tarde futbolera, solo se percibe desde allí.
Frente a la galería un centenar de hinchas de Colo- Colo no paran de cantar, saltar y aplaudir... ellos, definitivamente son distintos. Una eterna danza parece tenerlos a todos en trance. Por largos minutos, Joaquín observa el colorido espectáculo lleno de lienzos y camisetas enarboladas al ritmo de un vibrante bombo. Su padre, trata de explicarle el sentido de lo que ocurre y de las distintas formas en que vive un encuentro como este un fanáticos, unos simpatizantes y hasta simples amantes del fútbol.
Minuto 30. A Joaquín parece importarle todo menos lo que ocurre con los 22 jugadores, cuya única misión es retener el balón. Lo de afuera, al parecer, le es mucho más entretenido y sabroso. Los cánticos inundan cada rincón del estadio. Jóvenes, adultos y viejos son una voz al momento de alentar a sus queridos colores.
El cielo se torna cada vez más amenazante. La lluvia parece ser inminente. El ensordecedor grito de “¡Gol!”, que nace repentinamente en el arco sur del estadio, calentó las gargantas apretadas con la fría tarde. Joaquín ya no cabía en su regocijo. Él estaba feliz, veía a su papa sonreír, gritar y saltar. Él lo seguía sin mucha suerte, lo miraba de re-ojos y alzaba sus manos en clara alusión de alegría.
Colo- Colo abría el marcador con un lindo gol en el minuto 32.Gracias a este gol, Joaquín pudo mantenerse despierto el resto del partido. La adrenalina vivida alejó el sueño y le despertó, a él y a un señor calvo, de dos tablones más abajo.
“¡Maní, maní!”, Grita un vendedor que pasea entre las filas de público equilibrando la bandeja llena de bolsitas de maní tostado. ¡Por acá!, le dice Pedro. El hombre, de blanco delantal, se dirige hacia el padre de Joaquín, le entrega la bolsita, recibe los cien pesos y sin dejar de mirar en ningún momento a su alrededor, siempre atento al próximo cliente y se dirige raudo en dirección a otro cliente.
Corre el minuto 41 y el arco sur vuelve hacer retumbar el frágil estadio con un grito de gol. Joaquín ya no se sorprende como la primera vez y aprovecha la situación para observar los detalles perdidos en el gol pasado.
Ahora se fija en los rivales, hinchas y jugadores. En ellos ve el desgano de la derrota y su vibrante cara opuesta.
Minuto 46 y el arbitro da por terminado el primer tiempo del partido. Jugadores raudos inician la carrera al camarín. Él público se pone de pie y los fanáticos del frente toman asiento. Joaquín cae rendido en los brazos de su padre. El sueño lo vence. En una rápido movimiento, Pedro decide poner fin a la aventura y con su hijo en brazos camina a la salida del recinto.
En su andar mira como Joaquín duerme sin vergüenza alguna. Son las 16. 18 h y se pierden en la multitud. Las pequeñas gotas que comienzan a caer en Talcahuano confirman la decisión de Pedro, que a esa altura no retrocederá.
La gente comienza a correr buscando un mísero refugio para capear la lluvia. Por su parte los jugadores se encuentran de vuelta en la cancha. El descanso ya terminó y el mal tiempo no es excusa para no regresar. Como en un de ja vû los jóvenes y viejos, los locos del frente, el manisero y el público del cerro comienza de nuevo a crear las mismas situaciones de hace una hora, con un poco más de agua, pero la situación sigue tal cual. Están todos, solo falta Joaquín y su padre.
Al finalizar el partido Huachipato logra un agónico empate, unos saltan otros chiflan y otros... duermen.
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