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Abrí los ojos y en silencio traté de reponerme. Mi cuerpo se estremecía sin control, mis manos sudaban y millones de lágrimas no me dejaban respirar. No creía en lo que recién me había pasado, no sabia si darle crédito al mensaje que me hizo despertar abruptamente.
Mire a mí lado y mi hermano, Carlos, lloraba silenciosamente. Sus ojos hinchados se perdían en el inconfundible despertar lotino: Húmedo y triste. Adelante, mi tío Jorge despreciaba a toda velocidad la vieja carretera. Su rostro era una perfecta mezcla de cansancio y pena, además, a la velocidad en la que íbamos, me quedaba claro que lo único que quería era llegar pronto a Concepción. De copiloto iba mi cuñado, el “chente”. A cada cierto tiempo se daba vuelta a verme. Yo cerraba mis ojos para no preocuparlo. Él le comentaba a mi tío antiguas y buenas anécdotas de mi abuelita “Dulce”, para entretenerlo, supongo. Ensimismado en mi pena y miedo, intentaba explicarme el por qué de los desgarradores gritos de mi abuela, en la horrible pesadilla que acababa de tener.
Eran las 06.15 hrs. Me consolaba el hecho que faltara poco para llegar a “Conce” y, además, que lo peor del viaje ya había pasado. El violento chocar de las olas de Playa Blanca me distrajeron un poco. Mirando el infinito y oscuro mar de Coronel, comencé a preguntarme en que momento se había puesto todo tan gris. Miento, más bien, tan negro.
Recordé con detalles el momento en que mi tío y el “chente” llegaron a buscarnos al Lago Lanalhue. Solo habían pasado, más o menos, cuatro horas. Fue terrible, pero no más terrible que lo que estaba sintiendo después de despertar.
Me acuerdo que la carpa, a duras penas, frenaba el fuerte viento que se había levantado durante la tarde en el lago. Mi tía “bernardita” había dicho, antes de acostarse, que estaba norteando. Los árboles simulaban una torrencial lluvia. Creo que eran como las 02.00 hrs. y el sonido del motor de un auto, y luego sus luces, llamaron mi atención. No supe que eran mi tío y el “chente”, hasta que comenzaron a preguntar por mi hermano a viva voz. -Carlos había llegado en la tarde al Lago, supongo que lo hizo con el mismo motivo mío: arrancar de la casa y del cáncer que mataba a nuestra abuela Dulcelina. La diferencia estaba en que él lo hizo de forma voluntaria y yo no-. Le dije a Carlos que quien gritaba era mi tío Jorge. Inocentemente pensé, por un momento, que llegaba para quedarse. Nos levantamos y juntos abrimos el cierre de la carpa. Yo grité ¡Por acá estamos!, y la luz de una linterna se asomó. A esa altura se había levantado mi tío moncho, hermano de mi tío Jorge y de mí Mamá. Con él me encontraba acampando hace, más o menos, tres semanas.
En la oscuridad, vi al chente y a mis tíos. No hubo saludo, ni nada. Definitivamente no venían a quedarse.
Pequeñas gotas se dejaban caer sobre el lago, dándole más dramatismo a la escena. Los árboles silenciosos no tenían motivo para hacer bulla. Mí tío Jorge se acercó y, frente a nosotros, se agachó. Sus ojos hinchados me estremecieron. Miró a un lado y con gran incomodidad nos dijo, a Carlos y a mí, que nos pusiéramos lo primero que pilláramos. Nos venía a buscar, hace pocas horas nuestra abuelita Dulcelina había muerto.
Con ánimo de repasar lo vivido, y darle sentido a las palabras y a los gritos de mi abuelita en la pesadilla, seguí hilando todo paso a paso, mientras Coronel y Lagunilla quedaban atrás.
Me acostaba con ropa, por lo que la casaca y las zapatillas bastaron para quedar vestido. Mi hermano dormía con pijama. Él siempre ha sido más ordenado que yo, así que se demoró un poco más. Mi tía bernardita, esposa de mi tío moncho, se levantó y preparó café para todos. Recuerdo que Abracé al chente y lloré, llore sin parar. Por alguna razón, necesitaba que mi llanto se escuchara por todo el camping, sin vergüenza alguna. Estoy seguro que no pasaron ni diez minutos y nos subimos al auto los cuatro.
La lluvia se hizo intensa, cuando nos acercábamos a Cañete. La lluvia araucana es brava, violenta, por lo que mi tío Jorge manejó con precaución. Carlos lloraba en silencio a mi lado y el chente hablaba de mi abuela. Pienso que me quedé dormido a la altura de Lebu. Hubiese preferido no hacerlo. Ahora que estoy bien despierto, mi cuerpo sigue tenso y asustado. Y es que mi abuela me gritaba muy fuerte, desgarradoramente, como pidiéndome ayuda.
El Puente Nuevo se asomaba sobre el Bio-Bio. Comencé a imaginar cómo se vería el living de mi casa con el ataúd de mi abuela al centro. Cerré los ojos y la voz de mi abuelita volvió, me retumbaba en el alma. “¡Javier despierta, La Virgen me mintió. Despierta por favor, la Virgencita nos mintió!

Texto agregado el 04-08-2005, y leído por 116 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
03-09-2005 Una vez, hace varios años, cuando partiò mi abuela, creo que sentì un dolor tan profundo y sincero como el tuyo. Buena descripciòn de un momento tan amargo Fuentesek
 
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