EL OTRO
Cuando después de los disparos, el cabo de guardia gritaba, casi a todo pulmón –el otro- desde la puerta de la comandancia; se erizaban los pelos y los poros de la piel se hinchaban, la respiración de contenía y los latidos del corazón parecían detenerse para escuchar el nombre que seguía en la nomina que tenia un escribiente acomodado en un improvisado escritorio, bajo una sombrilla de lona a manchas con colores de camuflaje.
Para cada uno de los casi doscientos detenidos que esperaban su turno sumidos en la piscina del regimiento que seca ahora la usaban como un gigantesco calabozo, la espera se transformaba en el peor de los suplicios, que les iba destrozando los nervios. Por eso habían quienes deseaban ser el próximo. Cuanto antes los pusieran contra el paredón, mas corto seria el sufrimiento. Algunos de enmudecían y otros rompían en histeria, la desesperación los poseía de un gran valor y arremetían contra los militares que metralleta en mano rodeaban el centro de reclusión, custodiando a los indefensos detenidos, sin sacar mas ganancias que múltiples culatazos, por donde les tocara. Algunos se encontraban a medio vestir, porque los habían sacado de sus camas para traerlos arreando como ovejas y meterlos en este corral, donde unos con otros no tenían mas que compartir que los soles del medio día y las heladas noches de este invierno que se despedía.
Cuando gritaron su nombre, sintió que la zeta de Martínez rebotaba en las altas paredes y viejos murallones del regimiento. Sintió ese hielo que nace repentinamente, que nace en el cuerpo cuando te asustas y le quedaron temblorosas las piernas.
-¿Qué será más importante? ¿qué querrán saber de mi? ¿cómo le respondo de manera que no me maten?. –A esta hora; la Margarita debe estar almorzando con la Carolina.
Los pensamientos se le enmarañaban en la mente pero hinchando el pecho, absorbió coraje del aire con olor a tierra húmeda de septiembre y emprendió, simulando garbosidad, la marcha, entregado a su destino. Un militar rechoncho se le acerca para escoltarlo y, el le mira de reojo, reparando de en sus facciones, los labios gruesos y la tez morena y se imagina el pelo duro y tieso que había de tener bajo el quepis. –Mal ubicado esta este de milico, en la insignia del Colo-colo habría quedado a la pinta.- Piensa, cuando siente que por la espalda le entierran la punta del arma, empujándolo, a la vez que el ruido del carro del cargador llena el aire en su contorno, inquietando al máximo su ser.
-¡Ay Margarita! ¡Como me gustaría escucharte ahora cantando “Gracias a la vida” ahora!-
desde que el sol apunto los primeros rayos sobre la cabeza de los desdichados prisioneros, no había pensado mas que en su mujer y su hija, impotente las había abandonado ya a su destino; como el se entrego a su suerte. Pero derrepente se le subían sin quererlo a la memoria y recuerda que a su mujer nunca le había dicho que la quería. Siempre, todo se le fue dando de a poco, de una manera natural –moderna- ni siquiera le había pedido pololeo o amistad, pero llegaron a casarse, tener un hogar y hasta una preciosa hija, a la que había prometido, silenciosamente, que dedicaría el resto de su vida.
- Margarita sabe que la quiero que siempre la quise -. Pero, ¿que es querer? ¿saben de amor estos desgraciados?. De seguro que de amor solo conocen la palabra y han de utilizarla como una palada de tierra para tapar hoyos, por que con sus cuatro letras tiene el tamaño justo para esos espacios fríos del discurso de los malos políticos, tiene el porte preciso para tapar el agujero en el pantalón roto y la han utilizado siempre los explotadores para robarle al pueblo; los tiranos para seguir oprimiendo. A estos les queda demasiado grande, porque no podrán marchar y cantar ¡amor! ¡amor! Disparando el fusil apuntando a su hermano -.
El camino por entre los prados y las escalinatas de cemento, que suben a las oficinas de la comandancia, le parecen interminables, cuyo fin en un gran portalón color café, le perece la entrada del infierno.
-¡Ay Margarita! ¡como me gustaría escuchar ahora tu voz y el rasgueo de tu guitarra, con las canciones de la Viola!.- Camina lento pisando tembloroso los pastelones de cemento, con las venas inflamadas y un palpito acelerado en su pecho, mientras sus compañeros le observan con miradas mudas y los ojos lánguidos de despedida y resignación. También le saben muerto.
Adentro, vino el interrogatorio. Un oficial con ojos achinados, fijó las reglas: - Las preguntas las hago yo, usted sólo responde.- - Esta bien señor- Respondió. Sintió movimiento detrás suyo y fuera, en la parte posterior; un sonido metálico de armas en movimiento, lo que le hizo comprender que estaba viviendo sus últimos momentos. ¡Ay Margarita, cómo me gustaría que estuvieras ahora cerca mío para darme valor, pero creo que no seria bueno que tú vivieras estos momentos!.-
- Ya está bueno de huevadas, este huevón va a tener que contarnos la firme. Y comienza a repetir las preguntas en un tono distinto y amenazante, donde la frase más culta , fue la degradación de las entrañas de su madre. Un golpe seco detrás de los oídos le hizo perder la noción del tiempo y no sabe cuanto rato le estuvieron insultando y golpeando. ¿Sepultaran estos criminales mis ideas de justicia e igualdad?¿ Será este otro ejemplo entre lo bueno y lo malo?... ¡Justicia! ¿Qué es justicia? ¿Se verán lindas las flores que ellas lleven a mi tumba en primavera? - Si la tengo – - Nunca te pongas luto Margarita, para que esos colores vivos de tu ropa, contrasten con el gris de tu vida, cuando yo no esté.
- Sea cuerdo amigo- dijo el oficial de ojos achinados, caracterizando el papel del bueno.
- Ya pos, cuéntanos la firme conchetumadre, o te matamos – agregó el teniente.
Cuerdo, cordura . ¿Qué es cordura, sino la máscara del cobarde que no tiene valor para luchar por lo que piensa? - ¿Cuerdo es el lagarto que se arrastra para camuflarse ante el poderoso?-
- ¡Ay Margarita, cántame “ Volver a los diecisiete”!
- ¡Ya basta! Dijo el que hacia de fiscal.- ¡Acábenlo!.- Y lo hicieron salir por la puerta de donde venían los ruidos de armas en movimiento.
Cuando la puerta se golpeó, cerrándose detrás suyo, alguien gritó :
- ¡ Fuego!-
Al disparo la vida se le escapó por los tejados de las viejas casas coloniales de la ciudad provinciana, mientras sus ojos descubrían un pelotón en ejercicios, que disparaba contra blancos fijos, instalados en los postes de una cerca. Desde el otro extremo, el cabo de guardia volvió a gritar: -¡El otro!- y la vida se espantó, volviendo a refugiarse en su cuerpo.
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