Pero aquella pasividad no le cuadraba. Para Avecilla no tenía sentido que los buitres quedaran impunes y siguieran causando tanto mal.

A estas alturas, ya no estaba segura de nada. Tal vez debiera dejarlos vivir en su corazón, pero no sería justo para sus víctimas, entre las cuales se hallaba.

Tamaña perversidad, acreedora de castigo humano y divino, seres despreciables, no merecían compasión. En ninguna de sus acciones habían dado la menor muestra de piedad o de arrepentimiento, entonces ¿por qué no podía castigarles? ¿por qué no era capaz?

Sabía que en la vida muchos crímenes quedan impunes, y no podía. No podía vengarse.

Soñaba que los estrangulaba, y despertaba sobresaltada y sollozando de impotencia.

Ahora tenía miedo. Miedo de no poder librarse jamás de aquellas presencias, de que habitaran su mente para siempre.

No podía más. Estaba al límite. Enloquecía de insomnio y desesperación. Debía conseguir deshacerse de aquellos monstruos que crecían en su interior, de una vez por todas. Definitivamente.

Fue hasta su ordenador, abrió el archivo que contenía el relato de su pesadilla, situó en la pantalla la última página, y escribió:

"HASTA AQUI HABEIS LLEGADO, CABRONES".

Imprimió la historia, la leyó con lágrimas en sus ojos a la luz de las llamas de la chimenea. Lágrimas por las víctimas y por ella misma, por su estupidez y su cobardía. Lloró hasta que el humo de los leños irritaba sus ojos y le impedía respirar.

Después.... pensó en todos los pájaros buenos de la comarca.... en su querido amigo Buho.... y mentalmente les suplicó perdón.

Metió la hoja del relato debajo de su alita... y se arrojó a la chimenea.

No encontró mejor modo de hacer desaparecer a los buitres.

Se inmoló junto a ellos.