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*Premio Concurso de cuentos 2002 Hucha de Oro, Madrid, España


(c) Juan-Manuel Torres, http://juanmanuel.torres.free.fr

---Hace unos días abrí el cofrecillo de joyas de mi madre, y hallé el antiguo reloj de mi padre. Un viejo Citizen de 1969, modelo «Astronaut» que siempre portaba con orgullo en todos lados. Los números son fosforescentes. Chapeado en oro, está reputado para durar cien años. La pila es eterna. El mecanismo es tan perfecto que jamás ha sido reparado, y le puedo asegurar que anda de una manera ejemplar...

Así empezó su plática el hombre sentado a mi lado. Tenía una gabardina verde oscuro y un viejo portafolios café, con el que jugueteaba nerviosamente de vez en cuando. Un par de libros de una biblioteca dejaban ver el sello de la École Polytechnique de Lausanne. Como en estos casos aconseja siempre la prudencia, yo lo ignoré, y me dediqué mejor a dejar pasar el tiempo, y a ver las luces del túnel entre estaciones, a través de la ventana del métro.

---Justamente ---continuó animado--- el descubrimiento de esta antigua joya familiar, me ha servido para probar una idea que traía desde hace un tiempo en la cabeza: me ha servido para comprobar que el tiempo hoy en día, dura menos que antes. Eso nadie lo puede negar. ¿No cree usted?... Todo el mundo lo sospecha, todos se quejan de ello, pero nadie había podido demostrar que el fenómeno realmente existe. Algunos creen, sin embargo, que es sólo una mera percepción de la mente. Una ilusión creada por nuestro mundo siempre de prisa, siempre en continuo cambio. Por la vida agitada que llevamos en las metrópolis y los inventos modernos. Pero no es así. No sólo es el hecho ---ya conocido---, que el tiempo fluye diferentemente en lugares como aquí adentro del métro, o en los viajes en avión. Esas son cosas que tienen que ver más bien con la relatividad o con las velocidades supersónicas, sino que, descubrí que definitivamente, los segundos de hoy en día, no duran lo mismo que los de hace unos años.

---¿No me cree? es fácil de comprobar: tome usted cualquier reloj en funcionamiento, anterior a 1970. Sincronícelo con uno moderno: tráigalos consigo un cierto tiempo. Al cabo de tres semanas notará que el reloj antiguo se empieza «a atrasar» poquito a poquito, respecto al reloj moderno. Después de seis meses, esta diferencia puede llegar a ser de varios minutos. Uno puede pensar que es cuestión de la pila, o del mecanismo de la cuerda. Es por esa razón que todo el mundo prefiere estrenar relojes nuevos, y abandona las reliquias por inútiles. Craso error: lo que sucede es que los tiempos modernos han cambiado, y los nuevos relojes están construidos para engañarnos a todos.

Los tiempos pasados no sólo eran mucho mejores, sino que también ---como puede atestiguarlo cualquier adulto de más de treinta años--- eran más largos. Ya mi madre se quejaba que hoy los días son más cortos que en su época de juventud. Que nunca le alcanzaba el tiempo. Que las semanas se le escurrían entre los dedos, y que su vida se le iba como agua. Yo sostengo que la sustancia del tiempo ha cambiado, y que este último ha terminado por moverse igual de rápido que un flujo laminar, desde mi punto de vista. Una nueva mecánica temporal de fluídos es lo que hace falta para explicar su comportamiento.

El hombre se calló unos instantes. Dándose tiempo como para recobrar el aliento o para ordenar sus ideas. Afuera las luces en el túnel pasaban segundo a segundo. Lentamente. Abrió uno de sus libros y se puso a leer. Miró el reloj y anotó algunos números en el margen derecho. Yo pensé que ya se había olvidado de mí, pero entonces siguió:

---Los bebés crecen rapidísimo en estos días. Mire usted: del vientre brincan a la escuela maternal, de ahí pasan a la pubertad sin conocer completamente la niñez, y de la pubertad a una adultez que siempre puede calificarse de dudosa. La gente es completamente inmadura en estos tiempos, todos lo admiten, pues nunca saben qué es o en dónde se les quedó extraviada la adolescencia. Estos 'brincos generacionales' que se dan ahora a nivel de individuo, son por supuesto, consecuencia directa de la reducción temporal en la que estamos sumergidos hoy en día. Yo he estado atando cabos y reuniendo pruebas desde hace algun tiempo. Mis mediciones y datos no me engañan. Pienso que una explicación posible se encuentra en la Convención de relojeros de Ginebra, de diciembre de 1969. Justo cuando lanzaron sus famosos «Rolex» al mercado. Esos que usan los políticos de todo el mundo. Los relojeros suizos hicieron en realidad una «Confabulación», que disfrazaron hábilmente de «Convención». Los muy malditos decidieron reducir en exactamente 30.725% la duración media de los segundos (lo comprobé al comparar innumerables veces, diferentes «Rolex» con el antiguo «Astronaut» de mi padre). Y lo mismo pasa con todos los relojes modernos, así sean digitales, automáticos, de cuerda o biológicos como el de flores de Ginebra. Hasta el reloj interno que todos llevamos dentro resulta afectado. Todos son iguales. Las 4h00 de la tarde de ahora, suenan cuando eran las 2h00 de antes. Al cabo de un año, uno tiene la embarazosa sensación que los meses no fueron doce, sino nueve. A veces hasta menos. Los bebés sietemesinos son en realidad pentamesinos, de ahí tanto problema para lograr su supervivencia. Tengo cientos de pruebas experimentales hechas en el laboratorio de Metrología del Politécnico de Lausanne, el más preciso de Suiza. Puede estar seguro de ello.

---Vea. ---Me dijo, abriendo el portafolios y enseñándome un montón de papeles repletos de números y de gráficos, de artículos científicos que nadie entiende y demás. Yo eché una mirada solamente por cortesía. Después sonreí en mi interior.

---El pulpo suizo extiende sus tentáculos temporales por todo el planeta. Todos los gobiernos y las empresas han sucumbido a las irresistibles leyes cronológicas dictadas desde Zürich y Ginebra. Esta enfermedad artificial ha invadido irreversiblemente las entrañas digitales de todos los relojes, de los cronómetros de todo tipo, de los temporizadores de los hornos de microondas. ¿No se ha fijado acaso en lo mala que es la comida hecha en el microondas? y no es por la técnica del horno, sino por los tiempos prematuros de cocimiento. A todos nos engañan con las patrañas esas de la jornada de trabajo de siete horas, y de la semana reducida de 35. Al llegar el sábado, uno acaba tan cansado como cuando eran de 40: lo que demuestra que físicamente valen lo mismo. Vea usted por ejemplo, ahora se dice que nuestra esperanza de vida a aumentado. Que aquí en Suiza gracias a los progresos de la ciencia y de la medicina modernas, los hombres viven hoy en promedio 73 años, y las mujeres 76. Estadísticas mundiales muestran que tiempo atrás, las personas vivían diez años menos. Es una falacia: le puedo asegurar que la gente sigue viviendo lo mismo que antes. Lo que sucede es que, contados en los años reducidos de ahora, pareciera que algo le hemos ganado a los tiempos de la muerte. Hay muchas cosas que ignoro. Aun no alcanzo a comprender exactamente ¿Cuál es el móvil de esta reducción aberrante de los tiempos? ¿A dónde nos arrastran a todos?... ¿Qué es lo que gana la mafia de las empresas relojeras suizas con esta idea insensata?... No lo sé. Pero lo cierto es que las cosas son así. Todo ello afecta nuestras vidas, moldea nuestra realidad cotidiana en sus ínfimos detalles. Apenas alcanza el tiempo. Tout va trop vite . Y en el futuro la situación será todavía peor. Se lo puedo asegurar, pues el engranaje mundial continúa girando a ritmos desquiciados. Y nadie hace nada para detenerlo.

Por mi parte, intentaré seguir con las investigaciones temporales en la EPFL, acumular más pruebas, saber hasta dónde van a llegar con esta quimera espantosa. Pero estoy solo. Nadie me cree. Yo hubiera querido, ---me dijo, volteando a verme muy serio--- haber escuchado su punto de vista acerca de esta plática inquietante, oír sus comentarios, saber cómo le afecta personalmente y que hará al respecto... pero ya ve usted: debo irme. Ni a mí me alcanza el tiempo para nada.

El tipo de la gabardina oscura terminó su monólogo. Tomó su portafolios y su par de libros y se bajó rápidamente del métro, en la estación Lausanne-Flon. Pronto se perdió entre la multitud.

Yo me quedé mirando el reloj.

Texto agregado el 22-09-2003, y leído por 654 visitantes. (0 votos)


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