- Por qué te levantas, papi?
- Quierooooooo… Se señala la entrepierna y la mirada se dirige hacia el lavabo.
- Llevas el pañal, Antonio, haz lo que tengas que hacer en él.- Replica mi madre.
No hace caso y sus pies se mueven arrastrándose unos centímetros en dirección del inodoro. Sus ojos están más abiertos, asustados, dentro de ese rostro cuyas facciones están permanentemente dormidas. Nos mira a todos no comprendiendo por qué no le llevamos donde quiere. No desea hacerse encima. Es un acto que ha salido victorioso desde las más bajas terrazas de su mente semiconsciente de anciano. No hace caso de mi madre y permanece en pie e incluso anda a pasos de dos centímetros en la dirección que quiere. Su cara refleja ansiedad de ensueño, como si telas transparentes cubrieran su rostro impidiendo su expresión en profundidad. Sus pupilas desvaídas, lejanas, inconcisas, se rebelan ante tanta incomprensión, empujando los párpados hacia arriba con esfuerzo.
Mi madre se conmueve, se levanta y le acompaño.
De ambas manos le cojo con las mías frente a él y le estiro levemente, frente a frente, pasitos cortos y arrastrados, temerosos. Salimos de una estancia y entramos en el servicio. Mira de reojo para que nadie lo vea en ese trance, en un arranque de vergüenza casi infantil. Cerrada la puerta comenzamos a desvestirlo, le bajo los pantalones y el gran pañal donde ya había hecho todo lo que deseaba hacer. Se da cuenta de que el fuerte olor lo inunda todo y baja la cabeza avergonzado. Le digo una broma que rompa su gesto y sonríe agradecido, como un niño que se siente comprendido.
Mi madre limpia, se mancha, enjuaga, vuelve a limpiar, no hay escrúpulos, no hay gestos ostentosos, como si estuviese arreglando macetas de flores. - ¡Así, bien limpito!
Luego el talco y el nuevo pañal.-
Sus manos sarmentosas, aún hábiles, se mueven seguras entre la esponja sucia, el chorro de agua y la entrepierna del abuelo. Sabe que la estoy mirando pero no me mira, consciente de lo que me enseña a mis casi sesenta años. En silencio elocuente, seca, espolvorea, habla desenfadada, río por cualquier cosa y también mi padre. Le pongo el pañal nuevo y los pantalones limpios. Sudamos los tres. Le pone un perfume varonil.
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