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Nunca lo había visto con esa emoción, tan feliz, tan contento. Aún así ese júbilo estaba licuado con su acostumbrada expresión reservada, seria. A mí de alguna manera eso me molestaba. Tal vez fuera el hecho de que no compartiera conmigo su gozo. Lo que fuera, allí se encontraba, caminando de una manera rápida, segura, pero silenciosa, como si quisiera emular a un fantasma. Yo hacía un gran esfuerzo para igualarle, no obstante el ni se inmutaba. Solo continuaba su camino, con su mirada fija hacia delante, una sonrisa disimulada y sin mirar para atrás.
De repente, cuando obtusamente noté que haba concretado un camino desconocido para mi, se detuvo, conmigo atrás algo agitado, ante una casa de ladrillos vistos y sucios, ventanas de hierro de un color verde esmeralda, vidrios algo opacados, que protegían una cortina blanca. El sacó una gran llave y abrió la puerta. Al ingresar vi algo que me pareció extraño. Ya me había llamado la atención su elegante y pulcro traje, pero el interior de su morada no le hacía justicia para nada. A todos los muebles se les podía adivinar, incluso en la oscuridad reinante, su rotura, su desperfecto, su mancha y, por supuesto, su telaraña, algunas con su propietaria en ella. Las paredes y los pisos no eran menos. En el ambiente predominaba un aire a polvo, tal vez un olor a cenizas.
Buzz me miró y sonrió, no le extrañaba mi indisimulable perplejidad, y por eso no pudo evitar una breve carcajada.
- Yo vivo abajo.- me dijo como contestando una pregunta que no hacia falta formular, debido a mi pálido rostro.- Ven que te muestro.- agregó.- No tengas miedo. Abajo es mejor, créeme.
- No tengo miedo, solo es que no creí que fueras tener una casa tan desordenada.- contesté, con cierto aire viril.
- Por eso, te digo que abajo es mejor.- Replicó.- Ven, sígueme.-
¿Acaso no tenía nada que perder yo? Buzz se agachó y apartó una alfombra marrón oscura, a la que yo deduje que en sus mejores épocas habría predominado un rojo o un magenta. Al enrollarse sobre un costado, debajo de la alfombra se descubrió una tapa de plomo puro, era de tamaño rectangular, medía un metro ochenta de largo por uno de ancho, debía pesar unos ciento cincuenta kilos, pero eso no supuso problema para Buzz, que la levantó sin mostrar la menor facción de esfuerzo. Debajo de ellas había unas escaleras de granito, iluminadas por un parpadeante fulgor naranja.
- Esto es lo que pasa cuando vivís más de quinientos años.- me comento irónicamente.
- ¿Me estás leyendo la mente?- Pregunté.
- Hace rato, si. Pero deje de hacerlo cuando tu cara me empezó a hablar involuntariamente.
- Es que no puedo ocultar mi perplejidad. Todo esto es nuevo para mí.- Le expliqué.
- No te preocupes que nadie todavía lo sabe todo. Hay muchas cosas que yo tampoco se y que no podré instruirte.
- ¿Y que es lo tienes planeado instruirme?
- Cuando termine la transformación, tendrás acceso a poderes y habilidades que no podrás dominar del todo si nadie te enseña a hacerlo. Por eso necesito tu sumisión en estos días para que no termines por destruirte tu mismo.- Dicho esto, Buzz se encaminó escaleras abajo.
No había mentido. El sótano verdaderamente estaba mejor. Era cuadricular, de un gran tamaño. Las velas colocadas en estanterías sobre los rincones le daban cierto aspecto circular a la espaciosa habitación. Estaban prendidas, lo que le daba un color anaranjado a la pieza. Próximo a una de las paredes se hallaba una estantería de madera barnizada, pero estaba vacía, no había nada sobre ella. En las otras tres paredes había tres murales. Eran perfectas reproducciones de pinturas clásicas del renacimiento. “La Alegoría de la primavera” de Botticelli en la pared Norte, “Mujer con velo” en el muro Sur y en el Oeste “Escuela de Atenas”, estos últimos de Rafael. Debajo de Botticelli había un sillón moderno, de un color azul marino. En el centro del ambiente, se erigía un altar enano, sobre el cual se apoyaba un ataúd. Este llevaba otros grabados, pero no los distinguía, salvo uno que era “La sagrada familia” de Miguel Angel.
- ¿Por qué adornas así tu féretro?- Le pregunté dirigiéndome a la vez hacia el sarcófago. Pero no hubo respuesta. Cuando volteé, lo vi a él sentado en el sillón, que hacía juego con su traje. No lo había oído sentarse. Me miraba de un modo que parecía entreverarse en mis pensamientos. Me molestaba no poder saber cuándo me leía los pensamientos, aunque de cualquier manera no tenía nada que ocultar. Entonces miró hacia abajo, frunció los labios para adentro y me dijo:
- ¿Estas listo?-
- No sé. ¿Estás seguro de que no puedo tomarme mi tiempo para pensármelo? Eso que me vas a hacer literalmente va a cambiarme la vida. No es una resolución cotidiana.
- Ya te dije que no, los agresores podrían ya estar en camino.- Dijo mientras se levantaba y daba un paso hacia mí. Tenía las cejas totalmente oblicuas.- No quiero arriesgarme a perder este pueblo. Quiero que me ayudes a repelerlos.
- Pero tu me has dicho que son débiles, que no se comparan ante tu fuerza.- Reprendí yo con un gran miedo.
- Su debilidad la compensan con el número.- Miró hacia el costado, contemplando la hermosa dama de Rafael.- Por otra parte te estoy ofreciendo un gran poder, algo único, algo que muchos matarían por obtener. Tú ya viste lo que puedo hacer. Lo que tú puedes hacer.
- Eso es justamente lo que no me convence. El tener que matar. El asesinato. El acabar con vidas que…
- ¿Por qué te molesta eso?- Me interrumpió.- De alguna manera tienes que obtener la vitalidad para hacer lo que quieras hacer. Cada ser de este universo hace lo necesario para sobrevivir.- Me dijo sin siquiera apartar la vista del cuadro de Rafael.- Incluso no hace falta que extermines a las personas. A veces con solo tomar un poco de su sangre basta. O tal vez perseguir a los malvados, a los humanos viles. Incluso hasta animales. Eso lo decides tú.- Su voz ya denotaba una mayor tranquilidad, una suavidad que incitaba al sosiego. Y eso era un detalle que me calmaba. Lo último que quería era que se enfadara.
- Lo que me molesta es que soy católico, bien creyente en Dios. Y si me dedico a matar personas por el resto de la eternidad, estoy contradiciendo mis creencias. Entonces me convertiría en un ser diabólico y maldito, si es que no me vuelvo loco antes.- le dije con gran tono de preocupación.
- Oh, por favor!!!- Me dijo volviendo a levantar la voz.- Escúchate lo que dices. Óyete ese montón de tonterías.- Ya se había vuelto hacia mi.- La iglesia, a lo largo de los siglos, ha robado, perseguido torturado y asesinado para poder ganar poder en todo el mundo. Lo único que la detuvo fue adquirir riquezas y jugar a la política.- Me dijo haciendo un gesto despreciativo con la cara.- Y todavía se atreven a decirnos lo que debemos hacer. De lo contrario somos malos y Dios nos cortará las entrañas.
- Qué estas dic…
- Pero cuando alguien como yo,- me interrumpió como si no hubiera dicho nada.- descubre la verdad, su sucio secreto ¿Qué podemos hacer? Nada!!!- grito ensordecedoramente, sobresaltándome, mientras abría su mano derecha y la ponía con la palma hacia arriba.- Es decir ¿Quién nos cree?- dicho esto se volvió con una rápida media vuelta.- Las peores abominaciones que el hombre ha cometido, han sido en el nombre de Dios. Mentiras ideadas por embusteros ostentosos, bajo la promesa de la salvación eterna ¡Vaya un trato¡
- Bueno… yo creo en esos “embusteros”, como tu le dices.- dije yo.
- ¿Creer? Sólo son palabras.- dijo mientras de nuevo estaba frente a mi.- No presentan pruebas. Señalan a La Biblia como si fuera palabra de dios, y no de los hombres. Esa obra la concibieron unos políticos en Roma. “Circo para las masas”, y todo eso.
- ¿Cómo puedes hablar así?- le escruté.- la Biblia es…
- ¡Una herramienta¡- me volvió a interrumpir.- “Sé dócil y humilde. Y el cielo será tu recompensa cuando mueras”. Ja! Despierta ya. Alguien decía: “Haced lo que queráis, tal es la ley”. Recuerda eso.- me dijo casi cerrando los ojos. Luego se sentó en el sillón
Yo me quedé mirándolo. Lo odiaba. Pero a la vez había algo que me atraía, me seducía. El me comía con la vista mientras me sonreía. Entonces yo me sentí un poco mareado, tal vez tambaleaba. Me apoyé con mi mano diestra sobre la pared, como si Rafael mi hubiera dedicado un pintoresco tope. Me di vuelta, alcé la vista examinando la habitación, todos sus rincones, reparé en un gran espejo que se ubicaba en el techo, que antes no había visto. Tardé un poco de tiempo en asimilar donde me encontraba, pero al final recuperé de alguna manera la compostura. Lo observe a Buzz allí sentado, no se había movido, seguía con es sádica sonrisa. El me asustaba, pero también me fascinaba, y parecía tener las respuestas a preguntas que yo ni siquiera sabía que había tenido. Volví a repasar la conversación que habíamos tenido, analicé cada palabra. La vivienda se encontraba en un silencio absoluto que he experimentado pocas veces en mi vida, allá lejanas en el tiempo, en mis solitarias noches en Verano, cuando todavía tenía familia. Ahora la anhelaba. Quería que me acompañara en esta decisión. Quería saber cual es el precio de la inmortalidad y el resto de las virtudes de ser un vampiro. O aunque sea de rescatarme de esta elipsis insoportable.
- ¿Ves lo que podemos hacer los vampiros?- dijo por fin.- No solo podemos leer la mente, sino que, con un gran grado de concentración, podemos controlar a quien queramos.
- ¿De manera que tu controlas mis pensamientos?
- No solo tu conducta y tus deseos.- exhaló un sonoro gemido.- Si a mi se me antojara, podría hacer que te enamoraras de mi, que dieras la vida por mi, ahorrarte la indecisión. Pero como verás no soy macabro del todo.
-Ah, si, “me dejas elegir”.- dije con ton sarcástico.
- Si supieras lo que fue mi vida y el destino de mis víctimas te sentirías afortunado.- dijo esto y se paró. Se quedó con la cabeza hacia un costado, como si se estuviera mirando el hombro. Volvió a repetir su suspiro.
- ¿Y que fue tu vida?- pregunté yo con un interés propio. Y de pronto agregué.- Hablas como si algo te asustara, me da la impresión que eres alguien que ha visto muchas cosas terribles.
- Si, he visto cosas… no puedes empezar a imaginar cuantas he visto…- yo estaba a punto de decir algo, pero el me lo impidió respetuosamente con una seña solo con su dedo índice.- He visto los cadáveres de mujeres y niños piadosos, sacado de las iglesias que los terremotos destruyeron, aplastados, mientras oraban por el perdón de Dios. He visto a víctimas de la violencia retorcerse por la angustia de la condenación. Porque falsamente se han culpado de sus desdichas. He visto a gente destripada, descabezada, lisiada y crucificada. Me he congelado a muerte y he ardido a muerte. Mi alma se ha oscurecido por la corrupción. ¿Qué me asusta? Lo que me asusta es que ya nada puede asustarme.
- Hay otra cosa que todavía me intriga.- Yo estaba horrorizado con esto último que acababa de decir. Le hablaba con mi boca tapada con mi mano y le miraba por debajo de mis cejas.- Tengo miedo de que me ocultes algo que tendría que saber, y que obviamente influya en mis fallos, y termine odiándote por lo que me has hecho. Porque según veo no hay paso atrás.
- Bien, el odio es mejor que el amor. Los amantes pueden traicionarnos. Con los enemigos, sabes donde te encuentras.- lo dijo con una naturalidad alarmante.
- No creo que estés hablando en serio.- le dije consternado por lo absurda de su respuesta.
- Ja!- casi gritó.- El único miedo que veo en los suburbios de tu mente es el de desprenderte de tu humanidad. De morir. Como si un oculto orgullo te abrazara y te llevara hacia la raza humana.
- Tal vez sea cierto.- dije con resignación.
- Mira, eres ridículo. Otro espejo como este que has tardado en notar sobre tu cabeza y que está justo sobre mi sarcófago, me brindó una gran lección. Antes, en mis primeros años de vampiro, yo no quería separarme de mis seres queridos. Vivía con ellos como si nada en mi hubiera pasado. Y por supuesto ellos no notaban nada de raro en mí. Me sentía incluido en el resto de la humanidad. Estaba convencido de eso.
>> Entonces aprendí una gran enseñanza que prácticamente cambió mi vida. En un departamento donde estaba algún genio hizo montar un espejo de cuerpo entero en la puerta. Donde se reflejaba la recámara. No podía tener mis… intimidades sin verme a mi mismo. Así que me senté y pensé “Sí. No, se le puede pedir nada mas digno a la vida”.
Yo lo miraba, pero ya sin la tentación de la opinión mía. Me sentía como si ya hubiese dicho mucho.
- Lo que quiero decir es que la humanidad se toma demasiado en serio. Se arregla y se califica. Hace el amor y la guerra con tal solemnidad, como si significara algo. Pero todos los días, su misma fisiología los obliga a verse ridículos. Dicen: “salvar el planeta, como si le importara este mundo. Hacen todo lo necesario para darse importancia. Y entre más sube la gente, más piensa que puede huir de su naturaleza, básicamente absurda.
- ¿Y por qué dices que mi naturaleza es absurda?
- ¿Es que no lo entiendes?- se sobresaltó.
- Por favor no me contestes mi pregunta con otra pregunta.- le supliqué, mitad para tranquilizarlo, para no inspirarle la sensación de que había hablado en vano.
- El final repetido de cada alma viviente que habita el planeta es la muerte.- dijo de una vez.
- La muerte es parte de la vida.-
- ¡Oh, no me contestes con frases hechas!- Esa contestación pareció enfurecerle. Estaba en contramano a mis intenciones.- La vida es solo una resistencia momentánea a la muerte.
- No entiendo por que eres tan fatalista así. ¿Tu piensas que con la inmortalidad que me ofreces, le voy a dar sentido a mi vida?
- Tienes una eternidad para averiguarlo. Todo el tiempo del mundo.
Yo me quedé sin perderle la mirada. Estaba, por primera vez en el día, seguro de que no me había hechizado. Su mirada iba y venía, como si tuviera un resorte en la córnea, de mí a un punto en la pared, tal vez las velas de un rincón, y de vuelta en mí. No se cuanto estuve así, tal vez unos buenos segundos. Había tomado una decisión, pero me costaba hacerlo, pensaba en que dirían los seres queridos que dejé en Europa.
- Te conviene no saber que pensarían ellos.- Me dijo Buzz, leyéndome la mente.
- Entonces ya sabes mi sentencia.- Le dije, tal vez a modo de réplica.
- Quiero oírlas, verlas salir de entre tus labios.
Me di vuelta y dije, con la cabeza baja y en un susurro, un tono de voz que calculo sería imperceptible para cualquier humano.
- Quiero ser vampiro.- Y luego levante un poco la voz.- quiero transformarme en vampiro.
- ¿Accedes a ser mi discípulo y compañero de ahora a la eternidad?- Aquella pregunta sonó algo presuntuoso, como si fuera protagonista de una novela barata.
- Si.- Hable yo, y sin saber que esas preguntas sería la última de mi vida mortal, le dije.- ¿Cómo vas a hacer? ¿Solo tienes que “picarme”?
- No, sino, imagínate todos los vampiros que habría. Tú déjate hacer por mí. Aunque nunca lo he hecho, he visto cientos de veces el proceso de transformación, así que se a la perfección como funciona. No te asustes, controla tus miedos, trata de relajarte. Te doy mi palabra de que mañana estarás a mi lado.
Y de esa manera dio comienzo la escena. Yo le hice caso con una sumisión que no había demostrado nunca en mi vida. El se acercó lentamente, rehusando alimentar a mis temores. Me miraba con una mueca de ternura. Suavemente me acarició la barbilla con el dedo índice y el pulgar. Entonces quedó totalmente frente a mí. Me pasó su brazo derecho por sobre mi hombro izquierdo y me agarró la nuca mansamente. Entonces hizo que inclinara la cabeza hacia mi costado zurdo. Yo me quedé hipnotizado con los grabados de su féretro. Y con un movimiento imperceptible e indoloro, me clavó sus colmillos, que aún no me había mostrado. Y entonces aprecié que me sorbía la sangre. Al principio me sentí mareado, me daba vueltas toda la habitación. Estaba aturdido. Le fluía mi humanidad a través de sus labios. Luego se me nubló la vista, seguido de un mareo que me dejó ayuno de cualquier intento de equilibrar mi cuerpo. Pude notar, aunque cada vez me costaba más, me estaba dejando sin sangre.
Por fin mis piernas cedieron y se arquearon. Él me sostuvo por mi espalda. Me depositó muy lentamente por sobre el piso. Yo estaba casi inconsciente. Y me soltó. Entonces, con un cuchillo que en ningún momento noté que había extraído, se hizo una gran y profunda herida en la muñeca, y apoyó a esta sobre mi boca. El sótano seguía abstraído en un silencio absoluto. Solo lo interrumpía el débil sonido de nuestras ropas al rozarse. Entonces recuperé mis fuerzas. Recuperé mis energías y la lucidez, como estaba antes de la metamorfosis. Pero también despertó otra cosa.
Sentía el dolor de la muerte de mi vida humana, una llama que se extinguía lentamente. Era un dolor exquisito. También noté que mi corazón se paralizó, o mejor dicho, a medida que pasaba el tiempo mi espíritu se detenía más y más. Mi corazón y mi respiración. Pero también despertó otra cosa. Sentí como nacía en mí unas emociones primarias e intuitivas y como estás estaban tomando su personalidad propia. Germinaba en mi interior una nueva identidad, que luchaba por salir de la cárcel que en ese momento era mi cuerpo. Me dominaba. Yo no podía controlar ese animal bestial y depravado, ese monstruo sin conciencia que emergía de mis entrañas. Entonces me aferré con mis manos a la muñeca de Buzz. Le clavé mis nuevos colmillos en ella y le empecé a beber la sangre. Es lo único que necesitaba, pero lo necesitaba con una intensidad que cualquier cosa que podría imaginar. El hambre llevaba mi cuerpo.
Desde ese día y para el resto de la eternidad, soy vampiro. El me miraba con una expresión de satisfacción. Luego hizo un gesto de dolor y me apartó su muñeca. Faltaba muy poco para amanecer.
- Mañana terminarás de morir, y yo vendré a verte.- me dijo.- Te enseñaré a cazar y todas las reglas que debes saber para no echar tu inmortalidad por la borda en un par de meses. Ahora te dejo. Tengo algo que hacer. Por favor usa mi Ataúd, aunque este sótano esta bien protegido del sol. Pero prométeme que por nada de este mundo saldrás de aquí mientras el dios Helios ilumine la corteza terrestre. ¿Entiendes los que digo? Te recomiendo que duermas, que descanses. Tenemos la perpetuidad eterna para hablar.
Yo no dije nada pero asentí claramente con la cabeza. Y después se fue. Ya fuese corriendo o volando o simplemente caminando… no importa. Ya nunca lo sabré.

Texto agregado el 02-08-2005, y leído por 287 visitantes. (0 votos)


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