(c) 2005 Juan Manuel Torres Moreno (http://juanmanuel.torres.free.fr)
Montreal es una ciudad extraña. Una noche pude ver a un anciano arrastrando una caja de tablas, mal hecha, en el lujoso quartier de Westmount. Era una caja pesada, envuelta en unos plásticos sucios y atada con cuerdas en forma precipitada. A notar por su cansancio, se ve que la arrastraba desde hacía algún tiempo. Las tablas producían un sonido sordo cuando raspaban los clavos desnudos contra el pavimento. Me acerqué a ayudarle. El hombre tenía más de setenta años seguramente. Me miró sofocado y un tanto sudoroso, a pesar del frío que hacía. Me sonrió y me agradeció con la mirada, pero sin decir una palabra, como guardando el aliento en el esfuerzo de empujar. Empujamos la caja varios metros más. El sin decir nada y yo sin preguntar a dónde íbamos, pero uniendo esfuerzos con una idea común. Empujar la caja se dificultaba por momentos, ya que aún había algo de nieve, y nos resbalábamos un poco entre el hielo de las diez de la noche.
– Jusqu’où il faut amener la boîte, Monsieur ? –Le pregunté finalmente, al cabo de un cuarto de hora de esfuerzos y un poco preocupado ya por las distancias.
– Nous sommes presque arrivés –me dijo.
Yo me pregunté varias veces qué diablos sería lo que había adentro. Tan pesado. Arrastramos unas cuadras más. La gente en los autos nos veía a veces, con ojos curiosos. Pero no decían nada, ni se ofrecían a ayudarnos. No me sorprendió nada porque en Montréal la mayoría de las gentes son así. Llegamos por fin a la avenida de la Côte-des-Neiges, y nos acercamos lentamente por el lado oeste del oratoire Saint Joseph. La noche estaba magnífica pero bastante oscura, y las luces del templo pintaban el cielo del mismo tono de verde que el oratorio.
– Ça y est –dijo el anciano. – Merci beaucoup de ton aide, tu est gentil mon gars!...
–Monsieur –le dije antes de retirarme. –¿Qué es lo que tiene la caja?... Sonrió levemente, deshizo unos nudos y abrió unos plásticos.
–Ella siempre quiso venir al templo en la noche... –comenzó a explicarme. –Pero la parálisis, ya ve... siempre se lo impidió.
Me hizo una seña para que me asomara: era el cadáver de su esposa. |