Oigo sonidos de niños que gritan y ríen, un gran alboroto de pequeñas fierecillas humanas. Y sólo pienso: ¡qué más da de dónde vienen esos niños!
Qué más da si son hijos con un papá y una mamá; si son hijos de un sólo papá o una sóla mamá, o un papá y una mamá con vidas separadas. ¿Acaso cada día, las guerras y el hambre no hacen que muchísimos se queden sin papás y a nadie le interesa?
Si aceptamos a los primeros: "hijos del barro", si aceptamos a los criados por los lobos, a los hijos de los dioses del Olimpo, ¡qué problema le vemos a los que vengan de dos papás o dos mamás. No me refiero a que sean papás fisiológica o gnéticamente, papás de crianza o de educación...¡No!, papás de los únicos que valen, de los de afecto. Afecto, ni desprecio, ni sobreprotección, ni represión, ni abandono total. Afecto verdadero, del que permite y desea que el ser que tiene al lado crezca en seguridad y autonomía para salir adelante por sí solo.
Si aceptamos a millones de "hijos de puta" que hacen que sus hijos crezcan entre golpes, moratones, violaciones, miles de niñeras, televisiones, videoconsolas pero, sin afecto alguno...
¿Por qué rechazamos a las personas que se ofrecen a dar afecto a todos esos niños chillones y risueños que viven sin él, porque no encajen en un arcáico y cuestionable significado de "familia"...?
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