El Agujero en la Pared (ó Cinco Siglos: Dos miradas)
El cielo sobre la ciudad de Buenos Aires presagiaba un hermoso día aquella mañana de mediados de Octubre. La gente, esa masa incesante de carne humana, se desplazaba a pasos acelerados, como otras mañanas, las mismas miradas ajenas, los mismos rostros ensimismados, la misma rutina…
Julio Valdivia era uno más en aquella marea interminable, su pensamiento y su mirada vagaban perdiéndose entre las hermosas, perfumadas y multicolores flores de los stands que uno tras otro iban apareciendo en su despreocupado caminar. Se sentía particularmente felíz aquella mañana; la noticia, tanto tiempo esperada, largamente acariciada, que Ana, su mujer, le confiara la noche anterior acerca de su inminente embarazo, lo habían predispuesto muy alegremente. Y ahora, caminaba entre aquellos puestos de flores en busca de aquellas que le eran tan particularmente encantadoras a Ana: las orquídeas….
El muro rojo que se extendía a lo largo de la vereda adyacente por la que Julio se desplazaba parecía no tener fin. Algo en aquella pared llamó su atención, se trataba de un agujero, un agujero de aproximadamente unos 5 o 6 cm de diámetro… Julio se sintió extrañado y preso de una gran curiosidad, muchas veces había pasado por allí pero nunca antes se había percatado de la presencia de aquel extraño agujero, mucho menos jamás había tenido oportunidad de ver lo que había del otro lado del muro. Se acercó, la cavidad dibujada en la pared parecía estar totalmente fuera de contexto, la curiosidad de Julio iba en aumento, colocó su ojo derecho en el agujero, y entonces así pudo observar que del otro lado existía un lugar el cual no tardó en darse cuenta que se trataba de una plaza, una gran plaza que en ese momento se hallaba muy concurrida, con niños saltando y jugando por doquier, parejas tomadas de la mano que paseaban despreocupadas, perros de todos los tamaños y razas, algunos vagabundos otros con diferentes collares, que corrían de aquí para allá junto a sus dueños. Esta imagen que el ojo de Julio percibió produjo en él una sensación que levantó aún más su ya predispuesto buen ánimo, Julio se sintió muy bién…
Sin embargo de pronto su mirada descubre algo que no encajaba en la escena que su ojo derecho le devolvía, es que en medio de aquel lugar tan apacible y donde el esparcimiento general parecía ser la única preocupación, Julio observó algo, algo que captó su atención, algo que instantáneamente comienza a causarle gracia, demasiada gracia, y Julio empieza a reir, primero casi tímidamente pero luego estalla en carcajadas estrepitosas. Julio estaba mirando perplejo y riendo sin poder detenerse a un jóven que estaba de pié en medio de aquella plaza, parecía un ser irreal, con el cabello oscuro largo y desgreñado, y su mirada perdida en algún punto fijo de aquella plaza; pero el motivo que arranca las carcajadas de Julio era que este personaje se hallaba totalmente desnudo, y extrañamente parecía que a nadie más llamaba la atención, todos pasaban a su lado, pero daba la sensación de que nadie reparaba en él. La situación se le antojó por demás de ridícula a Julio, este ser, totalmente desnudo, parecía un extraterrestre, con aquellos ojos desorbitados, inmóvil en medio de la plaza, mirando algo que Julio no pudo saber que era...Peor aún, más ridículo parecía con aquel cartel que sostenía entre sus manos, con esa leyenda casi ilegible por la distancia que lo separaba de Julio, y éste preso de un humor inusitado y casi incontrolable continuó riéndose de este loco desnudo en medio de aquella plaza, y no podía parar de reir, de mirar y reir, de reir mucho, a carcajadas, todo le parecía tan absurdo, tan cómico y tan irreal…
Carlos Venegas caminaba presuroso en dirección a su trabajo, aún estaba con buen tiempo para llegar a horario, de suerte que el retraso originado en el subte a causa de ese supuesto incendio en algún lugar del tramo no lo afectaba demasiado, siempre salía de su casa varios minutos antes de lo necesario, y esta vez sonrió para si agradecido de ser tan precavido…
Fue al pasar frente al gran muro rojo que cruzó la calle para cambiar de vereda, y entonces ahí descubrió al otro hombre que reía sin poderse contener, Carlos se detuvo y observó atónito al hombre semicalvo que en aquella vereda se destornillaba de risa. Julio, en medio de su incontenible ataque de carcajadas pudo percatarse no obstante de la presencia del otro hombre bajito y relleno que lo miraba perplejo. Sin perder un instante Julio, mediante ademanes, ya que no podía pronunciar ni una sola palabra a causa del incontrolable acceso de risas, intentó inducir a Carlos a que observara también a través del agujero en la pared. Carlos se sintió conmocionado y preso de una curiosidad enorme a la misma vez. Miró su reloj, los minutos seguían corriendo, pero comprendió que no podía abandonar aquel lugar sin satisfaccer aquella profunda curiosidad que lo había invadido. Se aproximó al agujero, y tal como lo hiciera Julio momentos antes, Carlos apoyó su ojo derecho en aquella extraña cavidad, y al igual que Julio, ante su mirada se dibujó la misma escena de una plaza abarrotada de personas, niños corriendo, gente paseando distraida, o sentada al sol en algún banco, perros jugando; hasta que finalmente su mirada también se encontró con aquel ser que parecía llegado de otro mundo, aquel jóven totalmente desnudo, de mirada perdida, completamente inmóvil, aquel ser cuya presencia aparecía drásticamente descolgada del resto de la apasible escenografía. Aquella imagen que tanta gracia causara en Julio Valdivia, aparecía ahora ante la mirada de Carlos Venegas, pero entonces Carlos por el contrario no estalla en sonoras carcajadas sino que sigue observando confundido, y trata de ver más allá, y lentamente su ojo derecho se detiene en las marcas, aquellas profundas marcas, horribles laceraciones en el cuerpo de aquel extraño jóven, Carlos se estremece e inmediatamente trata de ver más aún, y entonces repara en el cartel que aquel extraño portaba entre sus manos cubiertas por las llagas, un cartel que rezaba una rara inscripción, la cual Carlos Venegas, mexicano de origen, argentino por adopción, entiende perfectamente al leerla: “Soy el Señor Iracundo y vengo a reclamar las promesas de Huitzilopochtli”. Ahora el estado de conmoción de Carlos llega a su climax, pero su descubrimiento no termina alli, ahora Carlos trata de enfocarse en la mirada de aquel ser, esa mirada vaga, perdida, la sigue con el único ojo que podía apoyar sobre aquel agujero en la pared, y entonces la distingue, Carlos ve la enorme estatua que se yergue majestuosa a escasos metros de donde estaba parado aquel ser de pesadilla, y el jóven desnudo la observaba, y sus ojos estaban fijos en ella, y Carlos también observa la imagen de yeso, era la estatua principal que dominaba aquella concurrida plaza, era la imagen de aquel famoso “Descubridor del Nuevo Mundo”, la estatua que conmemoraba el momento en que Cristóbal Colón desembarcara por primera vez en las islas Guanahaní, el preciso momento del gran “Descubrimiento”...
Y en aquel instante la mirada de Carlos se volvió hacia la de aquel jóven desnudo e inmóvil en medio de aquella gran plaza, y en ella entonces Carlos pudo descubrir el reclamo, la indignación por siglos de resignación, la ira.... Y reparó también en la diminuta lágrima que en aquel momento surcaba el rostro duro, impacible, tan triste, y lleno de profundas marcas del jóven. Una enorme congoja se apodera de Carlos, los minutos corriendo en su reloj dejaron de tener prioridad ahora, las lágrimas, sus propias lágrimas comienzan a aflorar y muy pronto Carlos ya no puede contener el llanto que lo llena, lo sacude y convulsiona. Y es que no encuentra conzuelo ante la realidad que percibe y llora desconsolada y amargamente...
Julio Valdivia, quién hasta ese mismo instante continuaba riendo sin parar, de pronto queda perplejo al notar el triste llanto de Carlos Venegas. Este con el rostro visiblemente emocionado y surcado de lágrimas abraza a Julio en un intento por contener la emoción que lo embargaba. La perplejidad de Julio ante la actitud del hombre bajo y relleno que ahora lo abrazaba era directamente proporcional a la enorme tristeza que sentía Carlos. Y sin decir ni una sola palabra, y aún con aquel llanto entrecortado brotándole de sus ojos, finalmente Carlos comienza a alejarse del lugar, seguido por la mirada consternada y profundamente llena de extrañeza de Julio...
No sabía exactamente cuantos minutos estuvo asi, observando la triste partida del otro hombre con el que se había topado en aquella mañana frente al extenso muro rojo. Julio Valdivia estaba atónito y le costó salir de aquel estado de perplejidad. Ahora estaba sólo otra vez, cuando al fin pudo percatarse de ello, su mente comenzó a cavilar, sin embargo su pensamiento no encontró ninguna explicación para el extraño comportamiento de Carlos, no entendía cómo la escena que tanta gracia había producido en él, sin embargo había conmocionado al otro hasta las lágrimas...Después de algunos minutos de confusos pensamientos, finalmente Julio Valdivia decide simplemente encojerse de hombros, no iba a ser justamente que el extraño comportamiento de un desconocido arruinara su alegre mañana, él estaba felíz, tenía muchos motivos para estarlo. Decidió olvidarse del otro hombre y de su extraña actitud y unos segundos después su buen ánimo había regresado nuevamente...
Julio Valdivia pensó que era hora ya de adquirir aquel ramo de orquídeas que necesitaba para su esposa, pero también se dijo que antes de abandonar el lugar debía volver a mirar por última vez a través del agujero en el muro rojo, y nuevamente puesto su ojo derecho en el mismo, se volvió a encontrar con la misma general escena que momentos antes se le había presentado, sólo que ahora le pareció que el bullicio que provenía del lugar era mucho mayor. Cuando su mirada se encontró con la delegación de niños que vestían el mismo delantal azul y que portaban el enorme cartel que anunciaba el nombre del Jardín de Infantes al que pertenecían, se dio cuenta de porqué el griterío era mayor en ese momento. Su pensamiento voló hacia su Ana encinta, definitivamente se sentía estupéndamente bien aquella mañana...
Y de pronto Julio Valdivia, totalmente absorto en sus propios pensamientos vuelve a encontrar su mirada con la del pobre desdichado totalmente desnudo que momentos antes le causara tanta gracia. Pero esta vez algo es distinto, esta vez Julio, casi sin querer se encuentra con el rostro de aquel jóven, y entonces repara en las lágrimas que lo bañaban y que antes, cuando lo observara por primera vez, no había percibido, y también se percata de las profundas marcas que lo surcaban, y en la mirada que ahora se le antojaba tan vacía, Julio también da cuenta del dolor y del sufrimiento. Julio cae en la cuenta que aquel infortunado ahora ya no le produce tanta gracia como lo hiciera momentos antes, y en lugar de las sonoras carcajadas en el rostro de Julio se dibuja una expresión de duda, de gran interrogación, por no llegar a comprender en toda su magnitud lo que estaba observando. Y ahora la curiosidad de Julio lo lleva a querer mirar más, no entendía y deseaba entender...
Recién en aquel momento el ojo derecho de Julio Valdivia posado sobre el extraño agujero en la pared reparó en la gigantezca estatua que dominaba el centro de aquella plaza, y Julio reconoció en ella el rostro triunfante del marino genovés, y casi al mismo tiempo también su mirada se detuvo en la leyenda que rezaba al pie de la misma.: “Soy Cristóbal Colón y en nombre de mi Rey y de mi Reina, y del Dios Todopoderoso, reclamo estas estas tierras para la Corona a quién represento y de quién vengo a traeros la Civilización y el Evangelio...”. Julio Valdivia se conmocionó súbitamente y volvió a observar el rostro de aquel que apenas quince minutos antes había sido el motivo de sus estrepitosas carcajadas, y en aquél preciso instante su mente se sintió presa de una tremenda convulsión, las imágenes empezaron a sucederse una tras otra en su cabeza, como si de un film se tratase, eran escenas que su mente había aletargado en algún rincón, y que ahora florecían sin cesar, imágenes, recuerdos de cinco siglos, de abuso, de exterminio, de marginalidad, de desolación, de hambre, de torturas, de muertes, y en su mente Julio pudo recrear al gran Cortés y su barbarie en la conquista de Tenochtitlán, pudo ver también a Moctezuma y aquella lejana “Noche triste”, vió a Pizarro, a Almagro, rememoró con dolor en su pensamiento la terrible caida de Machu Pichu, vió el rostro lacerado de Atahualpa, y a miles y miles más con el mismo dolor, con la misma tristeza y desolación, vió a muchos más con la misma expresión de dolor y de reclamo que momentos antes contemplara en el rostro del desdichado jóven desnudo e inmóvil en el centro de aquella concurrida plaza. Y ahora este fantástico ser, este personaje irreal salido de la noche de los tiempos ya no se le antojó un loco ni un enajenado o extraterrestre, en aquel rostro ahora Julio pudo reconocer que estaba contemplando quizás a un descendiente de los altivos Señores del Tahuantinsuyo, quizás un sucesor del Gran Moctezuma, tal vez algún marginado hijo de Inti...Y Julio ya no pudo continuar observando más, ahora había caido en la cuenta, ahora comprendía las desconsoladas lágrimas de Carlos momentos antes, y también comprendió que la misma realidad lo había alcanzado ahora a él, y entonces maldice y llora; y llora y maldice porque antes no se había dado cuenta ni nunca antes se le había ocurrido pensar en ello, y así Julio Valdivia, español de nacimiento, argentino por adopción, se retira de aquel lugar con la cabeza baja, muy triste y profundamente acongojado, dejando atrás aquel extraño agujero en ese largo muro de color rojo...
Darío 1999 - 2005
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