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.-¡Tengo que contárselo a alguien!-
Me comentaba una bella dama en una conversación por demás amena y deliciosa. Yo afanosamente, me desbordaba en especial atención y me deleitaba con cada palabra que escuchaba de ella.
.-Pero, es muy difícil que me entiendan.- continuaba la mujer tratando de expresarse abiertamente conmigo y la animaba para que me lo contase
.-Puedes decirme lo que desees.-
Todo comenzó cuando se mudó junto a su familia, para una ciudad descomunal, bulliciosa y moderna metrópolis como lo es : NUEVA YORK.
Su calidad de vida, se evidenciaba, por el solo hecho de tener la oportunidad de vivir en semejante ciudad y al instalarse en su modesto aposento, le dieron la bienvenida sus vecinos más inmediatos; en especial, la señora Paula y el señor Miguel, ambos de nacionalidad cubana.
Ya viejitos, esperaban solitarios y esperanzados, la visita infructuosa de algunos de sus hijos desde su adorada Cuba, cosa que se hacía cada vez más difícil, porque el tiempo era su peor enemigo.
.-¡Bienvenidos sean!.- Fueron las primeras palabras que recibieron de sus nuevos vecinos, la señora Merly, el señor Ignacio Gómez y su pequeña hija Laura , de ocho años, cuando comenzaron su nueva vida en la gran ciudad, la cuál trascurría de la manera más sencilla y la familia recién llegada, se adaptó rápidamente y establecieron una gran amistad con la pareja de ancianos.
Miguel, el vecino cubano, tenía una enfermedad incurable que le minaba paulatinamente la vida, razón por la cuál, siempre estaba de mal humor que tan solo era vencido, por las actitudes cariñosas que le profesaba la pequeña Laura, su vecinita más reciente, desde su misma llegada.
Al poco tiempo, Merly se embarazó y dió a luz una preciosa niña y la llamaron María, alumbrando de nuevo su hermoso hogar, con una carita de luz de angel que colmaba su inmenso gozo. La llamarada de amor que encendió la pequeña en el vetusto anciano, fue directa al corazón y quedó para siempre en él, cuando por primera vez, esta menudita criatura, lo llamó abuelito en señal inequívoca de cariño y respeto. El “nuevo” abuelito, se sintió atraído por la personalidad subyugante de la jovencita, quien para variar, lo adulaba con frases que el anciano había olvidado y sonaban como melodías de amor y ternura en su gastada mente, cuando se la pedía a su madre, para sentarla en sus rodillas todas las tardes en su visita formal a aquel frondoso arbol y se extasiaba cobijándose, bajo su espléndida sombra con su dulce compañía.
.-Hola abuelito, te quiero mucho.-era la frase preferida de la graciosa niña para su nuevo abuelo cuando se dirigía a él.
.-Buenos noches abuelito, antes de dormir rezaré para que te mejores y te cures.- así se despedía cada noche, deseándole una mejoría que nunca llegaba, pero que le adornaba la vida en cantos de amor y poesias.
Mientras tanto la vida seguía su curso y en un afán por surgir y mejorar sus expectativas de vida, la familia Gómez se tuvo que mudar y lo hicieron con la mayor desolación y tristeza y así lo demostraron sus hijas a los bondadosos viejitos, con un llanto que le aflojaron varios centímetros cúbicos de lágrimas, en un desgarrador momento de despedida.
Entre promesas y más promesas, se despidieron y lograron cruzarse sus números telefónicos para contactarse en un futuro, pero el tiempo y la distancia, se encargarían de borrar las imágenes de cariño, pues no se volvieron a ver solo hasta que sonó el teléfono, un año después.
.-Ring,… ring,… ring….- sonó el teléfono y lo tomó Merly y experimentó una gran alegría cuando le habló su vecina de Nueva York, Paula, la esposa del abuelito Miguel y luego del saludo de rigor, hubo un largo silencio por parte de la anciana que le hizo presagiar a Merly, que algo no andaba bien y efectivamente, cuando preguntó por el abuelito, la señora Paula le dijo que estaba gravemente enfermo y que hubo necesidad de hospitalizarlo y en cada delirio que abordaba, tan solo pronunciaba el nombre de su querida nietecita Maria, refiriéndose a su hija menor.
Al día siguiente, Merly llevó a su hija María a visitar a su abuelito Miguel, quien se encontraba perdido en la inmensidad de su enfermedad, casi en estado vegetal, con la mirada dirigida hacia el infinito y que se iluminó cuando sintió el abrazo y el beso tierno y delicioso que la niña le prodigaba mientras se subía presurosa hasta su lecho de enfermo en un arrebato armonioso, digno del más genuino amor infantil.
.-Mami, ¿Porque mi abuelito no habla y porque tiene eso ojitos tristes?.-era una pregunta ya común en ella.
Dos derrames en su cerebro lo habían sumido en tan deplorable estado que lo mantenían en agonía y fue tan agradable la visita, que mientras sonreía cuando miraba a la niña, se estremecía vaciando un par de lágrimas de sus tristes y cansados ojos.
.-No llores ni te preocupes abuelito, que yo estaré pendiente de que te mejores.-le dijo inocentemente la niña prometiéndole otra visita que se dió a la siguiente semana y que fue interrumpida abruptamente por la convulsión emotiva que sufrió el anciano enfermo, luego de ver llorar a su querida nietecita, cuando lo vió tan disminuido.
Por varios meses, tuvieron noticias del anciano mediante llamadas telefónicas que se enlazaban la señora Paula con Merly y cada vez que hablaban, María le mandaba sus mensajes de amor y ternura.
A los pocos días, pasó lo inesperado. Su muerte estremeció a la familia Gómez, pero decidieron no decirle nada a María, para no entristecerla innecesariamente y cuando se acordaba de su abuelito Miguel, su madre le decía que se encontraba bien para desviar cualquier mal momento inoportuno.
.-Mami,…¡Me mentiste!, me dijiste que abuelito estaba vivo y sé que no lo está.- la madre se estremeció por la vehemencia reflejada en el rostro de la chica, en su reproche y enojo.
.-¿Quién te dijo que el abuelito está muerto?.-le preguntó su madre angustiada y presa de pánico; asombrada y deslumbrada a la vez.
.-Mami, el abuelito vino a mi cama y me dijo que estaba muerto y que no llorara, porque él me quería mucho y que estaba muy bien en el cielo junto a Papá Dios.
Esa misma noche, telefoneó a la señora Paula y le comentó con voz temblorosa lo sucedido y le pasó el auricular a la niña para que hablara con su abuela y ésta le hizo la misma pregunta y ella repetía siempre lo mismo.
.-¡Yo lo vi!.,.. ¡yo lo vi!,…¡yo lo vi!.-repetía incesantemente la niña a su abuela, quien lloraba y lloraba mientras que su adorado viejo, caminaba rumbo al trono de Papá Dios para acompañarlo en sus buenos días con el recuerdo fresco de su querida nietecita con una linda etiqueta que decia:“¡TE QUIERO MUCHO... ABUELITO!”.

Texto agregado el 01-08-2005, y leído por 223 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
03-08-2005 muy bueno... te cuento algo en la foto me haces acordar a Ruben Rada, un musico increible único uruguayo. juanitaR
02-08-2005 vejéz y niñez que distantes en el tiempo estan, pero el amor no tiene barreras y esta historia lo demuestra... lmis ***** para Ud. Merlygom
01-08-2005 Bueno primero me alegro de haber llegado aunque sea en segundo lugar, para comentar este hermoso escrito lleno de amor, y decirte que me has impresionado con tu narrativa, seguiré leyendote mis saludos y estrellas corazonpartio
01-08-2005 Una tierna y romántica historia que deja al desnudo la liana inmortal y eterna del amor. 5 estrellas maravillas
 
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