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Al principio todo era distinto, me dice Cecilia. Pero, ¿No es siempre así? Dentro del actual sistema de creencias las cosas nacen, se desarrollan, se fortalecen y luego mueren. Eso si tienes suerte. Si no, en vez de fortalecerse, las cosas simplemente se desgastan y luego todo acaba. Y en este último caso, si tienes suerte ¡caray, siempre la suerte!, todo acaba rápido, con el menor de los daños posibles para las partes.
Nosotros no tuvimos suerte en ninguna de las dos etapas. Y pienso que es por el bendito cuaderno de ciento cincuenta hojas de hojas cuadriculadas con tres divisiones marca Minerva que tuvimos. Lo compró ella para sus clases pero al final me lo presentó diciendo muy solemne: ¨Este va a ser nuestro diario interpersonal¨ o algo así. La idea es que ambos íbamos a alimentar ese cuaderno con nuestras alegrías, penas, miedos, promesas, esperanzas, visiones. Y con ello, íbamos a reinventar el mundo y nos íbamos a reinventar a nosotros. Todo podía ser nuevo y excitante. Nuestro entorno se transformaría; las personas quedarían paralizadas de asombro orgásmico o se pondrían a bailar incontrolables antiguas melodías pasadas de moda. Los aviones del ejército se estrellarían contra los ministerios de economía y finanzas. Una invasión de uapitis correlones crearía el caos vehicular en las principales avenidas de la ciudad. En fin. A esas cosas está uno expuesto al principio. Ustedes saben.
Así que nos dedicamos entusiastas a llenar las páginas del cuaderno. Con letras y dibujitos primero. Con la marca de sus labios o mis huellas digitales. Luego llegó el origami y el collage. Hay también, literalmente hablando, una página con lágrimas. Hay una página con sudor. Incluso, muy elegantes nosotros, una página en blanco con puntos suspensivos al borde. Hay de todo en ese cuaderno.
Pero, si de algo culpo al cuaderno, es que no nos dejó ver con objetividad lo nuestro. Era tal nuestro anhelo de completar el cuaderno que no podíamos ver nada más. Ahora, a la distancia, me doy cuenta que no teníamos la más mínima oportunidad. Y es fácil deducirlo viendo el cuaderno. Las primeras cincuenta hojas están llenas de entusiasmo salvaje y creativo. Pero pasas la división y puedes ver (o, al menos, yo puedo ver) la escritura obligada, los mensajes ambiguos, las sospechas, los conflictos ocultos, la desidia. Las fechas cada vez más distantes. Acabamos agotados al llegar a la segunda división. Y allí estamos ahora.
Nos hemos peleado por ver quién se queda con el cuaderno. Yo no lo quiero y, aparentemente, ella tampoco. En realidad creo que ella sí lo quiere, pero quiere que yo renuncie, que la obligue a aceptarlo. Creo que ella sabrá cuidar bien al cuaderno. Para mí sólo sería la prueba tangible del fracaso y de los resentimientos. Además, no quiero encargarme de las últimas cincuenta hojas que esperan ser completadas.
La pausa de la pelea se convierte en final. Ella dice, melancólica, que al principio todo era distinto. Yo lo sé y ella sabe que lo sé. No hay nada más que decir. Me hago más pequeño de lo que me ha dejado la situación y me deslizo por debajo de la puerta, hacia la calle. Allí trato de olvidarme de Cecilia y del cuaderno y de todo lo demás (si es que hubo algo más). Pienso en comenzar otra vez, limpio y amnésico. Tal vez ahora tenga suerte.

Texto agregado el 21-09-2003, y leído por 300 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
23-01-2004 esta bien la narracion Teresa
21-09-2003 Oye, muy buena la historia, narrativa limpia y una idea original sin ripios ni sentimentalismos baratos. Un poco como la vida, sólo un poco. Saludos blanquita
 
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