Escarbando en la buhardilla de los abuelos hallé un paquetito envuelto en un papel de regalo, mi nombre escrito a mano y una fecha de aniversario desgastada hacia muchos años. Aquella mañana de 1986 sufrió una embolia cerebral, que lo sumió en un coma irreversible. "¡Lo sabía abuelo... Siempre supe que me habías hecho tu regalo secreto!" Una nota en su interior aconsejaba: "Es cambiante. Que te guíe, pero no la antepongas... Vívela con inteligencia. Por cierto, ¿la has hecho servir? Felicidades. Te quiero”. Al llegar a casa rellené simbólicamente como todos los días el frasco de 1985. Sobre el cristal mi abuelo había rotulado: inteligencia. “Sí”, le contesté. La hacía servir todos los días. Aquella noche me costó conciliar el sueño. Encendí la luz para observar el frasco. El de 1986 lo etiquetaba la dignidad. No iba a ser nada fácil utilizarla según su consejo.