Aquella noche se podía contemplar una luciérnaga que volaba nerviosa y brillante justo al lado del lago interior que había entre la cordillera de montañas que se encontraban al norte del bosque de las mil sombras.
Nos dirigimos hacia el bosque acelerando nuestro ritmo, sintiendo constantemente que algo o alguien andaba tras nuestros pasos. Mientras proseguíamos sin dar un respiro a nuestras botas, a nuestros pies torturados por el largo recorrido y los muchos kilómetros que habíamos echo desde nuestro pueblo sin sombras.
Hacia ya unos meses que todo el pueblo, todos sus habitantes, entre ellos nosotros habíamos perdido la sombra, fue el día que apareció en todos la sensación de que algo nos observaba, nos acechaba desde algún lugar que no podíamos localizar.
Muchos fueron en busca de su sombra, otros quedaron petrificados en la plaza del pueblo esperando que saliera el sol para verse reflejados, para que la continuidad de sus pies saliera de nuevo, para intentar sacar de su mente la sensación de ahogo y de acecho que todos teníamos metidos en nuestro corazón.
Fue en aquella plaza donde escuchamos por primera vez la historia de un bosque donde se encontraban todas las sombras del mundo, donde era posible que estuvieran las sombras que se habían desprendido de nuestros cuerpos.
Sin pensar en lo que dejábamos atrás, recogimos todas nuestras cosas y salimos en busca del bosque, en busca de la parte que nos habían amputado, que habíamos perdido.
Deambulamos por el mundo en busca del bosque de las mil sombras, y como vagabundos desesperados nos perdimos en el tiempo y en el espacio, poco a poco desaparecían de nuestra mente todos los recuerdos, todas las imágenes de nuestra vida, de nuestra niñez desaparecían, siendo sustituidas por esa sensación angustiosa de algo que nos vigilaba. Sentimientos de presa, de reo nos hacían seguir caminando y no parar, el miedo se había apoderado de nuestros corazones y de nuestros pies, dejamos de comer, de beber y poco a poco también dejamos de respirar, de ver, de oír.
Como almas en pena vagábamos sin sentido en busca de ese lugar donde creíamos que estaría el final de nuestra búsqueda.
Hasta la noche que vimos aquella luciérnaga que nos revoloteo haciendo giros nerviosos y como intentando decirnos algo con sus movimientos, vimos el reflejo del insecto en aquel lago y comprendimos de repente lo cerca que estábamos del bosque de las mil sombras, fue entonces cuando la sensación de ahogo se convirtió en mas intensa y nuestros pies se aceleraron dirección al sur, dirección a nuestra sombra.
Atravesamos un sendero que había entre las montañas, sin mirar a ningún lado mas que hacia el sur, perdimos de nuevo el paso del tiempo, tampoco importaba cada vez teníamos menos constancia de nosotros mismos. Creo que no me acordaba que forma tenia la plaza de mi pueblo, creo que no me acordaba del olor del pelo de mi amada, creo que no sabia quien era, ni quien fui, solo sabia que la sensación de ahogo me apretaba mas el pecho, y no me dejaba respirar.

Entramos en el bosque con la ansia de un hambriento que ha encontrado comida, dentro de el contemplamos un bosque tan normal que la desilusión entro en nosotros.
Cuando de repente una figura brillante como la luciérnaga que nos había marcado el camino se apareció delante de nosotros, la imagen de acerco y nos dijo susurrando.
-Bienvenidos al vuestro purgatorio, almas en pena-.
De repente la imagen de la mina donde todos trabajábamos apareció en mi cabeza, como se derrumbaba y como nos atrapaba en ella, sin escapatoria.
Me agache y me quede en el bosque de las mil sombras, llorando eternamente con mis compañeros.