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Inicio / Cuenteros Locales / moebiux / Personajes de punto y final (o cómo encontré a Pablo)

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Una de las peores cosas que te puede pasar cuando escribes cuentos es que te salga un personaje con vocación de punto final. Hace poco, buscando escribir un nuevo relato, me topé con uno así. Mi intención era escribir algo ligero y divertido sobre las relaciones de pareja, los papeles que a veces adoptamos y la hipocresía que se cierne sobre estas formas de actuar. En concreto, este personaje era el típico que en más de una ocasión había engañado a su mujer aprovechando que ella le daba permiso para salir de noche con sus amigotes y que, un buen día, entra en cólera al saber que ella tuvo un desliz. Pero mira tú por donde el personaje —Pablo, bauticé, con la soterrada broma del furibundo converso— se me puso trágico. Al enfado por sentirse engañado por su amantísima esposa le siguió un buen ataque de remordimientos, un enorme sentimiento de culpa por haber perdido a su mujer —aunque ella no quería dejarlo, sólo fue un desliz, Pablo, no te me pongas así, si yo te perdono todo, hombre, le insistía— y, finalmente, un deseo de penitencia que le llevó al suicidio. Resumiendo: yo pretendía escribir una comedia y mi protagonista va y se me mata torturado por sus culpas. Pues vaya qué bien.

Dejé el cuento de lado, claro, pero... Pero entré en una fase de bloqueo. No se me ocurría apenas nada sobre qué escribir, y lo poco que se me ocurría acababa en escabechina personajil, si me permiten el neologismo. Así que decidí afrontar el bloqueo de la siguiente forma: recuperaría una de mis viejas ideas guardadas en el cajón (siempre tengo varios cuentos comenzados, como munición preparada, por si acaso) y sustituiría el nombre de alguno de los protagonistas por el de Pablo. Es decir, buscaba una especie de exorcismo.

Pero el “gracioso” de Pablo acababa imponiéndose. Daba igual cómo comenzara el cuento, su tono, su desarrollo y su idea final: él acaba siempre finiquitando con su vida. Y eso en los mejores casos, porque recuerdo que en un cuento policial mi Pablo resultó ser el psicópata buscado por todos por lo que además de matarse tuvo a bien matar antes a nosecuántas personas más. Cabroncete, el chaval.

Entenderéis que Pablo acabó por convertirse en una obsesión para mí... Recordé aquel texto de Camus sobre Sísifo y me sentí como él, como Sísifo, quiero decir, no como Camus, que mi modestia me impide aspirar a tanto, sólo que en lugar de empujar una vulgar piedra tenía yo por carga un personaje que, para más inri, encima había creado yo mismo, un personaje empeñado en acabar cualquier historia en el que lo involucrara de forma trágica y definitiva, sin posibilidad alguna para un final abierto, como a mí tanto me gustan. Un tipo asfixiante, la verdad.

Le comenté a un amigo lo de mis problemas con Pablo y, si bien al principio me escuchó con curiosidad, cuando entendió que se trataba de un personaje mío, fue mudando su semblante pasando a mirarme con cierta condescendencia y preocupación. Hizo un gesto con la mano como si espantara una mosca para terminar con el tema quitándole importancia y añadió algo así a: “si quieres, yo conozco a un buen terapeuta que te podría ayudar...” Frené en seco mis explicaciones sobre Pablo: sólo me faltaba eso, que mi mejor amigo creyera que me estaba volviendo majareta. Compuse una sonrisa que seguro me salió nerviosa, traté de relajar el gesto y añadí que me disculpara, que había pasado varias horas seguidas escribiendo y que no me hiciera mucho caso, que eran cosas de escritores.

Y si bien no mentí en mis disculpas, sí que me quedé con cierta duda rebotando en el pensamiento: ¿no me estaré obsesionando demasiado con el tema de Pablo? ¿No se me estará secando el cerebro cual quijote por culpa de un personaje que a fin de cuentas tan sólo pertenece al reino de mi fantasía? Aprovechando una de las idas de mi amigo al servicio, decidí atajar el problema cuanto antes y de forma definitiva. Por lo pronto, esa noche aceptaría la invitación de mi amigo a tomar unas copas —invitación que antes rechacé con la excusa de que tenía cosas que hacer— y al día siguiente liquidaría, nunca mejor dicho, a Pablo. ¿Quería aparecer en una historia trágica? Está bien, la tendría. Y santas pascuas, qué leches.

Confieso que las copas fueron más abundantes de lo esperado y que la noche se prolongó tanto que se nos rompió entre local y local. Así que me levanté con un humor de perros, una boca que me sabía a chimenea y un dolor de cabeza del tamaño de la Vía Láctea, si es que los dolores de cabeza pudieran adquirir tres dimensiones. Eso sí, mi determinación no había cambiado: tenía que acabar con Pablo, por mis hue.. mi honra, eso, por mi honra.

Decidí empezar una nueva historia, romper el virginal vértigo de la página en blanco como ofrenda para el final de Pablo, pero... —otra vez ese molesto pero...— Pablo me cambió. Dejó sus tentaciones suicidas para mostrar un lado vitalista desconocido por mí hasta entonces. Por más que forzara las situaciones para llevarle a su destino fatal, Pablo lograba siempre salir indemne. Estaba claro, me estaba retando. Y era duro de pelar.

Como ese día era sábado y no tenía que ir a trabajar, decidí dedicar todo el tiempo libre que me restaba del fin de semana para acabar con el tema. Anulé una comida familiar que tenía el domingo con la excusa de un resfriado repentino y molesto —aunque algo de eso había, comenzaba a moquearme la nariz— con la vista puesta en usar toooooda la noche si fuera necesario. O Pablo, o yo. No había alternativa.

Y... ¿Qué puedo decir? Tan sólo que fueron horas horribles... Tras varias horas seguidas robadas al natural sueño Pablo seguía vivito y coleando. No había forma humana de terminar con él, cual malvado en película barata, que siempre renace tras el golpe mortal. Entre mi estado de salud precario, el poco alimento y la falta de sueño entré en un estado febril. Sudoroso, despeinado, ojeroso y hablando solo debía tener un aspecto patético para cualquier espectador que me hubiera contemplado. Me sentía acorralado, paranoico, ¿cómo podía matar a Pablo, por favor, cómo?

De pronto, cerca del amanecer, tuve una idea: ¡ya sabía cómo vencer! ¡¡Sí!! Si Mahoma no va a la montaña, la montaña irá a Mahoma. Así pues, si Pablo no moría en mis cuentos, mataría al narrador. Siempre uso el narrador en primera persona en mis textos, así que tan sólo sería cuestión de, a partir de ahora, usar la fría y distante tercera persona, ese narrador omnisciente que no se inmiscuye en la historia ni en los personajes pero de los que todo sabe, cual oráculo. De esa forma me desligaría de Pablo, él de mí y... ¡zas! Muerto, muertito, ¡seguro! Solté una risotada de triunfo y decidí darme una ducha y tomarme un café como recompensa antes de lanzarme a la victoria final. ¡Pablo, tus días están contados!, susurré como quien canturrea una marcha triunfal.

Ya dicen que nunca se ha de cantar victoria, y qué razón tiene esa frase. Ya me ven, escribiendo esto, en mi consabida primera persona, y con Pablo vivo, seguro que riendo por lo bajo... Con el café en mano, sentado ya frente al ordenador, entendí que de nada serviría mi plan: al fin y al cabo yo seguiría estando presente, tras las letras, poco importaba qué persona usara... Y Pablo lo sabía, sabía muy bien que estaría ahí, justo al otro lado, impasible a mi deseo de finiquitarlo, consciente pues de su inmortalidad. Aunque su morada eterna fueran las fábulas de un mero escritor aficionado, poco importaba eso: Pablo había vencido.

Y ahora soy yo, con el día despuntando, quien se siente piedra empujado por un alegre Sísifo que disfruta de su condena, puesto que es la prueba irrefutable de su vida eterna, al margen ya de mis deseos, como un dios vencido y burlado por su criatura.

Será cuestión, pues, de dejarse caer por la pendiente, una vez y otra, hasta siempre jamás...



Texto agregado el 30-07-2005, y leído por 3537 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
18-05-2006 ME LLAMO PABLO.... tobegio
10-09-2005 Travieso ese Pablito. Excelente historia y muy bien narrada. Mis felicitaciones. Un saludo de SOL-O-LUNA
06-09-2005 Jejejejeje desde luego este Pablo es un tocacojones de primera, eres un marabarista de las letras, vas lanzando las bolas al aire y no se te cae ninguna... barrasus
10-08-2005 me ha encantado retomar de nuevo la lectura de tus textos, son sencillos de leer, amenos y sin embargo de gran profundidad, todo meras tácticas del narrador, que ya nos conocemos. El caso es que si pruebas a hacer una silueta del pablito y luego lo borras con una goma, es posible que desaparezca, no creo que ese personaje sea parte de ti. Besos iolanthe
04-08-2005 Duelo: de titanes Armas: la palabra escrita. Ja! Cuestión de sacarle el jugo al inmortal. Saludos desde Córdoba, Argentina. Van mis *s. irizar
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