La muerte no tiene color de piel, camiseta o bandera.

Cuando el terrorismo ataca impugnemente a N.Y, Madrid, Londres, Egipto.
Cuando se comprueba que otro prisionero fue torturado en alguna prisión de las potencias occidentales —Abu Ghraib en Irak o en Guantánamo en Cuba, tanto da— y cuando Estados Unidos enfunda en grilletes a algún sospechoso y lo despacha, se está ante el inicio de tiempos violentos.

Es difícil mirar este monstruo a los ojos y, sin embargo, hay indicios que comienza a nacer otro monstruo.

Un hitler moderno arroja al suelo y luego dispara a quemarropa nueve proyectiles, ocho en la cabeza y uno en el hombro de un inocente.

Como sostiene el conservador The Times, no es bueno que "el mito de la brutalidad policial sirva para reclutar más jóvenes para los ataques suicidas".