¡Qué alegría inmensa experimentaba cuando en los domingos de sol papá me ofrecía llevarme al zoológico!.
En aquel entonces no se estudiaba ecología y tanto niños como adultos no éramos conscientes del dolor inconmensurable de los animales de los zoológicos, de los circos, de los acuarios (aunque en aquel entonces no había acuarios en Argentina).
Yo era muy pequeñita en los primeros tiempos y después no tanto y recuerdo que en el zoológico de Buenos Aires vivía Axis , un elefante inmenso que llevaba a cuestas una casita, donde a la orden del guía, iba cargando, una vez agachado, a un sinnúmero de niños a los que llevaba a pasear por los caminos.
Ahora pienso, que sus patas y sus manos iban encadenadas, pero los niños en nuestra inconsciencia no lo notábamos y éramos ¡tan felices!.
Año tras año durante mis visitas al zoológico, paseaba sobre el lomo de Axis, ¡qué imponente me veía allá en las alturas!.
Luego fui creciendo y cada vez se hicieron más esporádicas mis visitas.
Años después, siendo mi hijo un niñito movedizo e inquieto de unos cinco o seis años, amante a rabiar de la paleontología; de paso por Buenos Aires, pidió que lo llevara a visitar el Museo de Ciencias Naturales, y allí fuimos.
Charlie, desbordando de felicidad corría de un esqueleto a otro diciendo: Mirá mamá un tiranosaurus, mirá mamá aquél es un gliptodonte, uyyyyyyy mirá un terodáctilo...
Yo lo iba siguiendo haciéndome eco de su alegría y ¿por qué no? orgullosa de tanta sapiencia a tan corta edad.
Mientras él correteaba por la sala principal vi al final, dentro de otra sala, el esqueleto de un mamut y le dije entusiasmada: Mirá Charlie, ¡Un mamut!.
Allá fue corriendo y yo detrás de él. Leía a la perfección, y al llegar vi que estaba ensimismado ante un cartel que se encontraba debajo del esqueleto.
Me miró y me dijo: Mamá, no era un mamut ¡era un elefante!.
Bajé la vista y leí: "Este esqueleto perteneció a Axis, un elefante que durante más de treinta años fue el solaz de los niños que concurrían al zoológico de Buenos Aires. Un día enloqueció sin que nadie conociera la causa y debió ser ametrallado por el Regimiento 3 de Infantería".
Levanté la vista, observé su cabeza, sus costillas, su esternón, cubiertos de orificios de bala. Abracé a Charlie y me puse a llorar desconsoladamente... otra parte feliz de mi niñez había pasado injustamente, a ser un doloroso recuerdo.
Muchas veces, después de ese día pienso en Axis y en aquellas palabras del cartel: "Un día enloqueció sin que nadie conociera la causa"; pienso en sus cadenas año tras año, pienso en los orificios de las balas y cuando dicto ecología les cuento a mis alumnos y les pregunto ¿qué piensan ustedes, por qué enloqueció?. Son muchas las respuestas llorosas, todas hablan de tristeza, de añoranzas, de injusticia, de soledades, de hastío; y yo sé que es verdad...
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