El santo quería decir algo, la gente, millones de personas que habían llegado, callaron inmediatamente atentas como linces al acecho.

-No importa, Señor, no importa.- Dijo el santo y murió al instante de un fulminante ataque cerebral para posteriormente evaporase en un par de segundos ante la atónita mirada de los espectadores.

La frase fue portada de todos los diarios y revistas del mundo, el ahora famosísimo “No importa, señor, no importa” adornaba todas las calles de la tierra desde afiches y pancartas. El pueblo, que se caracteriza por ser torpe como un burro, interpretó la frase como la base existencial globalizada hacia la absoluta falta de responsabilidades frente a los actos grupales o individuales, o sea, la base del caos social total. Sobre el descontrol generalizado el presidente que se preparaba para escapar del país por razones de “ganas de dormir en una playa caribeña” agregó a la prensa: “Parecerá un desastre mundial, pero, no importa, señor, no importa”, y era verdad.

En tres días se acabaría el mundo. Fin.