En un programa televisivo me gané un premio sorpresa llamando por teléfono, “es un súper premio sorpresa internacional y importado especialmente, ahora mismo viene en el avión”, me dijo un productor, esperé impaciente un par de días, era directo de Australia por lo que me primera instancia me llené de ilusiones, quizás era una tabla de surf, se la habría vendido a mi primo, o quizás un bumerang, se lo habría vendido a mi tío, no, quizás el bumerang me lo habría quedado, si es que este hubiera sido original de esos aborígenes tan extraños, pero no, era un koala muerto, pero si está muerto reclamé al programa, eso es el premio, me dijeron, un koala muerto, mierda de premio, les dije, ¿que mierda hago con un koala muerto?, ah, no se, usted verá lo que hace con su koala, eso no es nuestro asunto, me respondieron antes de cortarme el teléfono. Lo mejor del premio era el ataúd blanco que guardaba al oso ¿oh mono? dejémoslo en oso, como decía, lo mejor era el ataúd con que venía el pequeño cadáver, era blanco, y enano, me lo dejé como velador. No puedo negar que en un momento el animal me generaba cierta ternura, no se como lo hacen estos koalas para generar ternura, es su peor mal, incluso me llego a dar cierta pena por su muerte, y eso que yo casi no tengo sentimientos, pero por la puta, este estaba muerto, y vestido de elegante frac funerario, lo que le daba aire a muerto ridículo, nada peor que una muerte ridícula. Sabía que por el momento el premio no tenía posibilidades en el mercado así que, pese a la protesta de mi familia y vecinos, dejé al animal en el patio de mi casa para que se pudriera solo, quizás me podrían ofrecer algo por su esqueleto en algún museo de ciencia o en algún colegio del barrio alto, uno nunca sabe.