Día de feria, día de fiesta. Había de todo: dulces, juegos, payasos, malabaristas, música, juguetes, globos, rehiletes, artesanías y animales en venta.
Lucy y Beto, los dos hermanitos, iban de la mano de papá divirtiéndose. Al final del recorrido visitaron la zona de las mascotas. El más pequeño, Beto, se acercó a las jaulas llenas de cantos de las aves presas. En una de ellas había cinco periquitos australianos verdes, azules y amarillos; Beto se encaprichó con uno.
- Lucy ya tiene al Piquín, yo también quiero al mío -. Una vez autorizado por papá, Beto eligió al perico de color azul; el color era hermoso y además así podría distinguirlo del Piquín, que era verde.
Lapislázuli, que así se le llamó, llegó entonces en calidad de nuevo habitante huésped a la casa de Piquín, el que, de mal o buen grado tendría que aceptar y compartir su espacio con aquel extraño inquilino azul.
Pasada una semana, Lapislázuli comenzó a mostrarse triste e inapetente, en tanto que Piquín continuaba siendo un animalito ruidoso y juguetón. Lucy y Beto se preocuparon.
- Es que extraña a su familia -, dijo Beto. Lucy, que era algo mayor que su hermano, agregó que más bien el perico parecía estar enfermo.
Al día siguiente, Lapislázuli apareció rígido en su jaula, con las patitas contraídas y amoratadas y el pico semiabierto. En tanto que Piquín no parecía interesado en el asunto y, de manera indiferente, comía su alpiste.
- ¿Por qué se moriría? ¡Pobrecito! -, exclamó Lucy, mientras Beto lloraba desconsolado sosteniendo al animalito entre las manos como para revivirlo con su calor.
Lucy decidió que Lapislázuli merecía un entierro digno de él, pues mucho había sufrido antes de morir. De inmediato se dio aviso a todos los amiguitos de la cuadra: Tere, Luisito, Susy, Enrique, Mariana, Moni, Paola, Pepe y la pequeña Rosy.
Esa tarde el cortejo fúnebre partió de la casa de los hermanitos, quienes, encabezando la procesión, llevaban en alto una cajita de cartón con los restos mortales de Lapislázuli cubiertos con un pequeño cristal a fin de que pudiera ser observado por los asistentes.
Los amigos les seguían formados en doble fila. Llevaban en las manos velitas de cumpleaños encendidas y flores del jardín de Paola. Todos marchaban con solemnidad. Lucy entonaba las notas de la marcha fúnebre mientras el cortejo avanzaba.
Dos cuadras caminó la triste hilera hasta llegar a un solar baldío en donde sería enterrada el ave. Piedras angulosas y alambres que ahí mismo encontraron fueron utilizados por los niños para escarbar un pequeño agujero, y era éste tan poco profundo que al depositar la cajita sobresalía un tanto del ras de la tierra. El improvisado féretro no fue cubierto más que por flores. En las cuatro esquinas colocaron velitas encendidas.
Todos permanecieron cabizbajos alrededor del entierro. Lucy pasó al frente y dijo con lágrimas en los ojos: “Lapislázuli, fuiste muy buen amigo en vida a pesar de que nos conocimos poco. Todos esperamos de corazón que en estos momentos estés en la parte del cielo dedicada a los animalitos buenos como tú. Adiós, Lapislázuli” . Todos los niños lloraban, en especial Rosy, al observar que los mayores así lo hacían.
Y ahí permaneció Lapislázuli en su caja de cartón, rodeado de velitas y flores regadas con llanto infantil y amargo.
Por la noche un gato hambriento detectó al ave. Fácil fue quitar el vidrio con la pata, y, lo demás… cosa de un momento.
Al día siguiente, cuando Lucy, Beto y sus amiguitos fueron a visitar y llevar flores al perico, lo único que encontraron fue el vidrio en un extremo, la cajita en el otro y las flores secas envueltas por la tierra.
- ¡Lapislázuli no está! - exclamaron alterados - ¿Se iría volando?
Y desde ese día, aquellos niños, cada vez que miraban al cielo, recordaban buscar en él a Lapislázuli, quién sabe… tal vez en esos momentos él pasaba por ahí…
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