Sólo los sabios rehúyen al amor, pero sólo a sabiendas de que ello es imposible. Esperan el flechazo para salir corriendo con aún más intensidad, sabiendo que corren el desprestigioso riesgo de que puedan ser alcanzados íntegramente, fenómeno que no ocurrirá. Si el mundo fuese inmutable serían ridículos y bien se les podría acusas de cobardes, pero no lo son. Más bien, en lo lúdico, son los iniciadores de todos los movimientos. Son quienes llevan la insatisfacción a los insatisfechos. Son quienes poco a poco colman a quienes por condición parecieren no poder ser saciados, excluidos del juego de la Libertad.

En manos de muchos pocos están los movimientos del mundo, sabios, todos ellos, confundibles por locos, habitan en la cuarta dimensión. En un tiempo que está más allá del tiempo, ellos realizan lo que está por hacerse. Rehuidos de toda condición humana y bajo todas las apariencias posibles, ridículas en su mayoría, ellos viven satisfechos. Habitantes de un mundo Arquetipal, los vientos les satisfacen. Y, si observan, a pesar de su aparente indiferencia, el mundo, lo hacen para hacerlo mejorar (o agravarse en sus conflictos en la espera de la solución). Viven fuera del tiempo, pero son los amos de lo que está por hacerse. Por tanto, como viven en un tiempo mágico, existe un orden en la basura a su alrededor, un orden impuesto por la imaginación del mundo; con su deseo ellos mueven ese orden, y lo que ocurre ocurrirá.

Un mundo hecho permite el amor entre todos sus seres.

Un mundo por hacerse - y este es un mundo por hacerse - impone otras condiciones, condiciones a las que cualquier nombre se les puede dar. Hacer un mundo posible es el centro de un reto lúdico. La alegría está por hacerse.