Silencio...todo lo que quiero oir es silencio.
Todo lo que quiero ver es la nada...toda la compañía que quiero tener es la soledad.
Está sentada junto a mi...sosteniendo mi cabeza...leyendo mis pensamientos...mirando a la misma nada. Lágrimas de sangre corren por el suelo y gritos de auxilio se escuchan al final del pasillo. Son las miles de almas que no quieren su compañia...son las miles almas que no la entienden, ni ven la verdad detrás de sus ojos; que no conocen el verdadero sabor de su presencia.
Se levanta del piso, me deja acostada, me mira a los ojos y esboza una leve sonrisa. Entiendo que no se irá...y que si se va volverá, porque sabe que me gusta, sabe que la necesito, sabe que ahora está más cerca que nunca.
Mil horas de llanto corrieron por mis mejillas, que ahora y simepre secará. Mil palabras cruzan por mi cabeza, pero una caricia de sus frías manos basta para dejar de pensar en ello.
Comparto con ella el melancólico placer de ver el cielo, el mar, la luna, la noche, pensando en un ayer, planeando un mañana, analizando un hoy.
Me surto también del suave pero dulce dolor del sufrimiento, de sentir en mi cuerpo todos esos soles que quemaron mi ser; de ver en mí todas las marcas que nadie quiere ver, de poder tocar todas las cicatrices que me hizo.
Estoy en un lugar que ya nadie va a alcanzar, que nadie tiene que alcanzar, donde no voy a sufrir, donde no voy a llorar, donde el placer del dolor corre por mi cuenta.
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