Todo comenzó de día y lejos del silencio. Ser la amante del tremendo ejecutivazo de la casa de bolsa mejor sustentada, ser el desliz de algunos meses, ser la coincidencia que recurrentemente aparecía en ese multifuncional dormitorio ocasional, ser la amante del tremendo y cotizado Diego Gaspar, hombre de unos 37 años, alto, (demasiado), pálido, con unos ojos no mejores que sus manos, no mejores que sus labios; uno de esos tipos que van por la vida teniendo todo lo que la gran masa sueña, posición social reconocida y lo mejor, quizás, un secreto profundo que le hacía perder el piso y la arrogancia, secreto que le devolvía el aliento y le regalaba algo más que piel.

Decía entonces, ser la amante y el secreto; divertido juego en sitios públicos y ante amigos comunes, Diego era el amante de Marcela Aguirre, hermosa mujer de menos de 25 años, poseedora de una nada despreciable herencia cartonera, rebelde incansable y por cierto, irónicamente mediana ejecutiva financiera. Como todo capricho, la realidad comenzó a escapar de sus manos, demasiados meses ya, demasiada cercanía, él solía hablar demasiado y decirle todo, todo lo de ellos y todo lo de más, Marcela odiaba saber tanto, prefería poner cara de idiota y permanecer callada, poco a poco le iba doliendo estar tan cerca y ser tan posible. Diego rara vez le llamaba, pero jamás faltó a una cita ni se negó a un encuentro, observaba la malicia de su amante y disfrutaba jugar a ser auténtico, porque como todos sabemos, dentro de esas cuatro paredes no se escapa nada; exactamente como el día que surgió todo, ella apareció y dijo que viajaría durante un par de semanas, él le deseó suerte y diversión.

La separación al parecer fue sana, estaban tan involucrados, Marcela cargaba el terrible remordimiento de saber que ese hombre en verdad la amaba, traicionaron el código de el amante perfecto y fueron más allá, no sabía que tanto debería alejarse para que ese lío desapareciera, planeó cada palabra que le diría al volver a la ciudad, decidió las frases exactas para regresar a la realidad de un hombre que no podría deshacerse de el compromiso, de uno del que no debió apoderarse nunca.

No recuerdo si mencioné la facha de Marcela, hermosa, simplemente, majestuosa, algo salvaje nada fuera de lo normal, de boca pequeña y carnosa, caderas de perfecta amante, pero sobre todo, unos ojos divinos, altaneros, gritones de verdades, objeto de algunas campañas publicitarias, ojos-ilustración para algunos artículos de belleza y maquillaje, ojos delirantes de fiel amante.

A su regreso encontró un árbol menos frente a su casa, un poco de polvo, nada, nada especial, todo le indicaba calma. Asistió a la oficina y tuvo que esperar hasta la hora del almuerzo para subir a buscarle. El elevador se detuvo en el octavo piso y escuchó esa risa familiar, así que preparó su mejor sonrisa... Vaya follón que se ha llevado al encontrar a Diego con su mujer, que por cierto, era bizca.