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No todo es igual. No todo es distinto. No todo es decir o creer o esperar o no creer. No todo es no todo. No todo es negación, ni aseveración. No hay absolutos, pero no hay certeza de que no los hay. Hoy llovió fuerte. A goterones bíblicos. Anoche soñé con fantasmas. Amanecí con la orden de escribir sobre fantasmas, pero no sé si quiera; mejor hacer inventos, o imaginarse historias ambiguas. Volverse loco, cosas así. Loco de pinturas surrealísticas que no le gustan a nadie en el planeta excepto a mí (casualmente también creador y productor de la misma). Cada oveja a su redil, cada manzana a su árbol, cada nube a su profeta, cada carreta a su barco de lata volador. Chista el ojo.

Hace semi calor, mis dedos, no congelados, bailan más rápido por el teclado y tengo una emoción idiota en el pecho que me hace escribir sin parar y contar cualquier cosa, ¿me perdonas cierto? ¡Sí! Y, llovió, sabes, un goterón se me metió en el ojo (parece que era el derecho, lo que es bueno, porque si hubiera sido el izquierdo sería repetivo y perdería encanto). Me metí al auto huyendo de la peste pulmonar.
Los vidrios de los autos se empañan con la lluvia. Se empañan tanto que pareciera que mutasen a otra realidad. Pero no me creas. Nadie me ha creído hoy. Se me dijo que ya nadie creía en mis historias, y apenas ejecutaba un pensamiento de ermitañismo o visiones estratoféricas las personas me miraban con ojos grandes y sonreían diciendo lo que se dice como remilgo ante un comentario absurdo. ¡Algunos venimos marcados de cuna!
No. No. No. Yo te quería hablar sobre fantasmas. Pero no sé que me pasa... tengo una extraña emoción. Sí. Se me mete y me aparece una mancha roja en el dedo índice de la mano izquierda en este preciso momento, exactamente sobre el inicio del dedo mismo y me pongo a pensar si no será un signo de algún encantamiento o simplemente la circulación fomentada de la sangre en mi mano por el excitante movimiento que especialmente ese dedo realiza para digitar estas palabras...
¡Quiero que alguien venga y me diga si era o no Bonaparte el tipo que destripó a Juana de Arco en las Melquíadas!
(yo que tú ignoro la última línea)

Los días son cortos. Cortos. Cortos. Se van en dos pensamientos o en un sueño. Pero no quiero hablar de sueños o pensamientos, porque no tengo ganas. Porque sinceramente no sé de qué tengo ganas, pero es de algo, o quizás simplemente hablar y poner los ojos turnios. Y no es que espere que pase algo en específico, porque mi nueva puesta en escena existencial me prohibe el asunto de intentar modificar el futuro en pos de la satisfacción del presente, pero a la vez me abre demasiado hacia las personas con las cuales se me chorrean las pupilas internas -hermosa frase aquella, me dije al escribirla-. Los días son tan cortos que no alcanzo a escribir todo lo que quiera o ver el cine que tengo guardado en cajitas transparentes. No alcanzo a forrar la libreta y a escribir desesperadamente que de a poco se va llenando el saco de los recuerdos y me pongo paranoico y loco y esperante de lo que pueda decirme mi fantasma preferido antes de dormirme. ¡Qué cosas!
Es la fuga. La fuga, chico. La fuga, pequeña mujer guaripola cabriola. La fuga y la fuga, la tocata y la fuga, de Bach. Bach. De Bach. Johann Sebastian, y Chopin, pero hace tiempo que lo tengo en la memoria y ando más, como te diría, rallado. Sin estarlo. Porque a ratos me pongo nihilista, y eso que yo no lo soy, porque me gusta Albert Camus y las cosas existencialmente tristes, sin solución, mareas y amores imposibles, y fantasmas que te sacuden como fuego las entrañas para después hacer escritos eternos y eternos y eternos que buscan la redención en las palabras sueltas, que parezcan rudas o con cigarro bajo la lluvia; estética de castillos y cosas absurdas. Pero de las absurdas que gustan y dejan un extraño sabor a ácido bencénico en el paladar.

Ay. Ay. Ay. Triple cosas para los triple sueños. O para las esperas que comen el cartón por la pobreza, la luna y el llano eriaso. La colmena y las abejas cojas. El marsupial, la vendetta, el paraíso perdido, el perro paraíso, la ilusión, el sueño, el sueño y la ilusión. El momento, el mágico, el pino y el logo ainorico. La mermelada disuelta en el encéfalo trepidante, la cosa chora, el cigarro estético bajo la lluvia que te da enfisema y te mata como a John Constantine (y quién como él que muere dos veces para entenderlo; por eso no fumo). Igual. Igual. Menor o igual que dos. Deberías leer a Alan Moore, se ralló ahora, pero antes de enloquecer dijo cosas loco-cuerdas, que es lo importante. Como los relojes suizos, ¿eso era?

Llueve fuerte, fuerte. Yo recuerdo a ratos, y más es lo que recuerdo que lo que te escribo. Porque después ceso, y no escribo más. Y cuando pasan esos momentos es cuando debo decir, atrofiado, que me declaro hermético e incapacitado, que traducido a un lenguaje más ad hoc a la vida sería algo como:"ya no puedo hablar, se me cortan las palabras. Me paro frente a un espejo y lo que veo en él soy yo pero sin facciones. Soy yo, pero como el bicho Samsa. Yo y dos ojos sin brillo, o con mucho. Y me alieno, y ya no sé dónde hurgar para encontrar el nexo, y decirte, no sé, que en este momento lo único que deseo es estar en el lugar que me soñaba, pero que vagamente recuerdo, ¡pero sé! ¡sé que existe! porque lo creé con la ilusión de un pájaro de madera, que no es pinocho ni mucho menos, pero que de ilusión harto tiene. Como volar. Pero ya no lo puedo decir, porque no sé buscar el contexto, no encuentro la forma coherente de decir que ya saturé mi lógica y caí en un barranco mutante en donde el silencio es dulce y hablar es máquina alfarera, o que querer se forma de la compañía, la complicidad, y no el aprendizaje de los tutores, y no la experiencia desgastada para los años postreros y las búsquedas de la sabiduría que no existe. Porque al final nada sé de que no sé que nada. Porque al término de todo de seguro hay una vuelta de tuerca que, ¡rayos!, no previste, o nulidad pura y sorda, y no tengo la más mínima idea de lo que estoy diciendo puede ser entendido o no... y no es a propósito o por desmerecer a la expresión simia, pero es que de verdad parece que se cayó un cráter en tu planeta, y el azufre se me pega en la traquea y no me deja tomar del jugo que me das cuando te visito a estas horas, que no son horas prudentes pero a mí me gustan. Siempre me gustan. Porque si no me gustaran sería un gusano, una pulga viva sacudiéndose en busca de cementos y maderas, y de ladrillos con rostro de nube y mujer, y esperanza de que mañana Saigón el semita, el primer conquistador mundial, resucite y me regale un sable antiguo de cobre; sería tan feliz". ¿Ves que ves que ves que ves? Y alguna vez habrá un lugar, o un monte verde o plano, un sitio rasca, seco, hermoso, vacío, en donde las ranas tengan libertad de croar por las noches y las noches tengan la libertad de hacer la oscuridad y no ser aniquiladas por las luces neones de las ciudades putas. Porque así debe ser desde el momento en que el mono domina a la gacela, o el drakkar se quema con el vikingo adentro, como las negaciones o el psicoanálisis, o lo que estaba diciendo antes pero no escribí porque no me alcanzó la idea de caber adentro de un balde de agua fría de mañana; de mañana y pasado mañana. De futuro y ciencia ficción y Ray Bradbury cantando cumbias en el desierto de atacama... sin negación.

Quiero dormir, para siempre o nunca. Para estar en esa sensación de espasmo y muerte con dulzura. Habitación de la memoria con puros recuerdos gratos, sin traumas ni matanzas de amor en pos de la razón, o al revés, que es peor. O al revés, que es peor. O fundirse con un farol; lo que no dejaría de ser melodramáticamente perfecto y alegórico para el comercio deambulante y los avisos publicitarios que son un puñalazo contra todo orden establecido en la búsqueda de la Estafalkaira y proyectos semejantes. Con pura dignidad, morir en la rueda. Batallando con uzis y metralletas y aniquilando con salvajismo brutal a millones de empresarios exitosos protocolares y escritores que escriben libros por amor a la inteligencia y a cineastas que hacen acción y porno y comedia barata y a Bonaparte, que me cae tan mal y bien a la vez, y es un bicho. Así, vestido igual que en Full Metal Jacket, con un símbolo de la paz en la camisa y un "Born to kill" en el frontis del casco. O tomando leche antes de violar. O tirando huesos que se funden con lápices del futuro. O agarrando a hachazos una puerta donde está la mujer que no es mujer sino un objeto extraño a la mente perturbada. O abrazando a Stanley Kubrick y llorando en su hombro y decirle:"Stan... Stan... ¡bésame ya!" y tomando Actebral para metaforizar algo que sea como un nudo, igual que su 2001: odisea en el espacio circundante a la cabeza degenerada de tu autor. ¡Viva Chile!

Aún. Aún es tiempo. Siempre se puede empezar de arriba y subir y subir. ¿Crear una máquina que vuele como los pájaros de madera?¿te gustaría? Yo hago los planos, tú ejecutas el trabajo pesado. Yo me siento en la popa y me tiro del aire al aire, en busca de la panacea, la felicidad y esos cuentos. Y escucho "San Francisco", el tema de los hippies, y obviamente tarareo con emoción sincera y hasta lloro, porque escuchar "San Francisco" volando de nube en nube es para llorar.

Y es que cuando tienes una emoción en el pecho no te queda otra que escribir esto, o ponerte a imaginar que eres un caballero bermejo que muere asestado por un copazo de Perceval, como contó Chrétien de Troyes hace medio milenio atrás. ¡Tú! ¡No me digas que no! La montaña tricolor, esperanto y tricolor, el avión de papel, la hermética heráldica esmerada esmeralda... y el sueño loco, el mensaje aturdido, irracional, lógica, algoritmo, punta del iceberg y nutrias nadando en un mar azul intenso y helado, congelado y raro, lejano, pretérito, cuento, rareza, ella.

Texto agregado el 29-07-2005, y leído por 1700 visitantes. (0 votos)


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