La mañana se desprendía de tanta humanidad caminando apresurada las aceras. Como un arrecife de miradas, la multitud se dispersaba en un ir y venir de sensaciones mezcladas. Todo transcurría deprisa, las voces, los trajes arrugados, el cansancio agotador debajo del perfume, las bocas repitiendo esos mismos argumentos ante celulares. El miedo parecía haber salido de sus cuerpos, en un arte de empardar las soluciones, hacia esas peatonales abiertas al espanto por pálidas siluetas de la nada. Un cigarrillo era absorbido velozmente entre los labios del que vendía ilusiones a foráneos, otro, arrojado para morir bajo los restos de la suciedad nocturna. Fuera de sus almas, la soledad se eclipsaba por la supervivencia, vacíos de realidades, en las entrañas de esta sociedad carente de vivencias. Con los días mi ser fue adaptando a sus estructuras psicóticas, para vencer la gravedad de los silencios y salir a batallar entre las tantas ánimas que transcurrían a nuestro lado recorriendo la ciudad...

Ana Cecilia.