Era un asombroso adivino. Tanto así que quienes vivían a su lado se fueron alejando por miedo a que este les agorara alguna tragedia. Para Samuel esto ya era parte de su rutina y pronto aprendió a callar y a no hacer públicas sus predicciones para así por lo menos formar una familia normal. Lo consiguió en cierta medida al casarse con una muchachita de aspecto asustadizo pero que tenía un problema tanto o más grave que Samuel. Ella veía fantasmas. Estos se le aparecían por todas partes y perturbaban su existencia de tal modo que se transformó en una solitaria temerosa hasta de su propia sombra.
Huyendo de uno de ellos fue que se topó a boca de jarro con el bueno de Samuel, quien, esa tarde arrastraba sus pies camino a su pieza de pensión con una congoja en el alma, puesto que sabía que al día siguiente se produciría una terrible tragedia en una fábrica de colchones cercana a su hogar. A resultas de esto, él se había dirigido al hogar de cada uno de los que morirían al día siguiente, instándolos a que no se presentaran a trabajar o en su defecto que evitasen estar a cierta hora en determinado lugar. Lamentablemente ellos se rieron en sus propias narices tomándolo por un loco y a Samuel no le quedó más remedio que retirarse muy entristecido por la inminente desgracia que en pocas horas asolaría esos hogares.
En un recodo de la esquina chocaron ambos y Clemencia lanzó un tremendo alarido de terror, logrando sobresaltar al cabizbajo de Samuel. El levantó su cabeza y se encontró con esas pupilas de un verde tan claro que apenas lograban destacarse sobre el blanco del ojo. Sobrecogía tanto el aspecto de esa chica de cabellos negrísimos contrastando con una tez blanca como la leche que en realidad, quien más se asustó fue Samuel pensando encontrarse frente a frente con el espectro de alguna suicida. Pero de inmediato se dio cuenta que solo era una joven asustada en extremo que sólo deseaba un remanso de paz para su espíritu inquieto.
Congeniaron a tal punto que ambos se dieron cuenta que juntando sus soledades podrían construir siquiera un miserable fogoncito de esperanza en sus corazones derrotados. Ella se sobresaltaba a cada instante mientras se confesaban sus secretos más ocultos. Quedaron de volver a encontrarse en esa misma esquina.
Al día siguiente, un horroroso incendio en la fábrica de colchones acabó con la vida de cinco personas, las mismas que se habían burlado de Samuel. Lo terrible fue que los parientes de los infortunados lo denunciaron a la policía e injustamente el pobre muchacho fue a parar a la cárcel pública acusado de sabotear la pequeña empresa. Estuvo prisionero durante un par de años, tiempo en el cual fue visitado constantemente por la muchacha de los ojos desvaídos, los mismos que las viejas decían que estaban hechos para ver las cosas del más allá. Ella se había enamorado de ese tipo sencillo de aspecto tímido que la miraba con extrema tristeza detrás del cristal de la sala de visitas.
Finalmente, Samuel fue puesto en libertad, no porque se hubiera logrado establecer su absoluta inocencia sino porque el tuvo la genial ocurrencia de predecir una serie de situaciones que involucraban a los personajes más influyentes del recinto carcelario. Una vez más fue desterrado, esta vez reintegrándolo a esa sociedad que lo miraba con ojos suspicaces.
Clemencia y Samuel se juntaron para vivir en una vieja casona abandonada que estaba atiborrada de espectros, los que Samuel espantaba como si fuesen moscas. No era del todo agradable el lugar pero por lo menos les permitía subsistir sin incurrir en mayores gastos. Esto duró hasta que la vetusta residencia se vino abajo después de un violento terremoto, por lo que ambos tuvieron que buscar algún otro lugar en donde vivir. Fue de este modo que Samuel supo que un viejo solitario fallecería en pocos días y que la casa quedaría abandonada. El anciano, después de muerto, fue sacado por ambos de la morada y sepultado en un sitio eriazo que colindaba con la vivienda y Samuel y Clemencia se establecieron allí sin que nadie se los impidiera. En rigor, más tarde fueron cuatro los que habitaron la casa, ya que los espectros del viejo y de su esposa se paseaban por todos los rincones con la autoridad que les daba el haber sido propietarios de ese lugar por largos años. Samuel y Clemencia aprendieron a convivir con ambos y hasta se dieron maña para comunicarse con ellos, estableciéndose entretenidas conversaciones con los ancianos, quienes resultaron ser un par de espectros bastante simpáticos, empleando sus sarmentosas manos para practicar un lenguaje gestual que al cabo de algunos meses ya era perfectamente comprendido por los jóvenes.
Un par de años después, Clemencia y Samuel contrajeron matrimonio en su propia vivienda y la misa fue oficiada por un sacerdote fallecido hacía mucho tiempo y que había casado a su vez al par de ancianos. Estos fueron los padrinos de la boda y la fiesta que hicieron fue bastante animada. Allí, Samuel agoró que serían padres de tres niños, dos chicas que al igual que ellos poseerían percepciones extrasensoriales y un niño que nacería bizco pero que con el correr del tiempo se sanaría de tal afección. También supo que el mismo fallecería de edad bastante avanzada y que Clemencia se consolaría al contar con su presencia fantasmal hasta que se fueran juntos a pasear por los jardines de la eternidad.
Todo se produjo tal y como fue previsto. Una de las chicas agoraba el futuro, la otra adivinaba el futuro y también veía fantasmas y el chico, al ser bizco, los veía por partida doble. Tiempo después, los ancianos se despidieron de ellos aduciendo que se había completado su periplo terrenal y entre llantos y promesas, los jóvenes lamentaron la segunda y definitiva partida de los viejos.
Finalmente, Clemencia sobrevivió por muchos años a su esposo y una mañana de dorado sol, ella supo que había llegado la hora de la despedida y reuniendo a sus hijos y al espectro de su marido, les pidió a todos que nunca se separasen. Los hijos cumplieron el pacto y ahora, vivos y fallecidos se reúnen ocasionalmente en la vieja morada para compartir sus divertidas vivencias…
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