LA ESPERA
Todas las tardes se sentaba en el viejo banco de la estación ferroviaria en
espera de la llegada del tren que, algunas veces, arribaba con demora.
La estación estaba ubicada un tanto lejana del ejido urbano de ese Pueblo
y a los alrededores solo se observaba movimiento en las cercanías de la planta
de silos propiedad de una firma cerealera del lugar.
Era alto, delgado, de cabello canoso y ojos de mirada profunda color de las aguas cristalinas. No aparentaba tener más de sesenta años y siempre vestía un
jean gastado, camisa y zapatillas sin cordones.
Hablaba poco, pero cuando lo hacía sus palabras tenían un significado porfundo, como si e tratara de una sentencia de un severo juez.
Algunos empleados ferroviarios le tenían simpatía y se preguntaban que era lo que esperaba todos los días. Nadie lo sabía, ya que, había aparecido en el Pueblo dos años atrás y no tenía amistades que ellos conocieran.
El que más cruzaba algún diálogo con él era el Jefe, pero siempre relativo a la hora de llegada del ansiado convoy.
Algunos especulaban como si supieran la causa de su presencia en la estación.
La mujer del Jefe, una rubia regordeta, muy aficionada a las telenovelas decía que
el extraño era víctima de un amor imposible y que, al no ser correspondido, esperaba todos los días que por ese tren llegara su amada arrepentida de haberlo rechazado y que de producirse tal hecho, ella correría sus brazos y le daría un prolongado beso, en prueba de su amor.
Uno de los Comerciantes del lugar muy amigo de los ferroviarios sostenía que lo que esperaba ese hombre, era la llegada de alguna cosa que había comprado en la ciudad más cercana y que, por esas cosas fortuitas, se había extraviado.
El Cura que también se había interesado en el personaje, sostenía que, lo que realmente esperaba ese hombre, era la llegada de un hijo o hija a quien, por razones de distanciamiento hacía muchos años que no veía.
El Oficial de Policía era otro que opinaba, para él lo que esperaba ese hombre era la llegada de algún familiar que durante años había estado preso aunque él, se había asegurado, no registraba antecedentes.
Otro de los que opinaba era un empleado bancario del único Banco del Pueblo, decía que estaba esperando dinero que le enviaban por encomienda ferroviaria.
El Político decía que el hombre esperaba la llegada de algún amigo político encumbrado y que por esa razón, no podía hacerlo público.
La Maestra, que eran libros para leer en su soledad.
Y así todo el Pueblo especulaba sobre las razones que lo movían a ese hombre a concurrir diariamente a esperar la llegada del tren.
El hombre, vivía modestamente en una casucha ubicada frente al camino de tierra que conducía del pueblo a la estación, a la misma distancia, tanto de uno como de otra y realizaba sus compras diarias en un almacén de campo cercano a la última.
Luego que el tren hubiera pasado se dirigía al almacén y apoyado en el mostrador de madera, mudo testigo de miles de historias de traiciones, amores, triunfos y derrotas, solía tomar una copa de ginebra, ante la atenta mirada de los parroquianos curiosos. A veces se arrimaba a observar alguna partida de truco o mus.
Ese día tuvo algo especial, habló con el cantinero.
-Parece que va a llover.
Fueron sus palabras.
Y así el misterio crecía en ese poblado. Se tejían los más diversos argumentos, algunos disparatados, como el del poeta, que decía que lo que esperaba ese hombre era la llegada de la felicidad, o del sepulturero que decía que en el tren llegaría la muerte a llevarlo su última morada.
última morada.
Y así transcurría el tiempo, hasta que un día, sentado en ese viejo banco, como lo hacía siempre, un niño del lugar se acercó al hombre y le preguntó..
-¿ Qué esperas?.
-Estoy esperando que llegue el tren
Respondió el hombre con una sonrisa.
--¿Y por qué esperas al tren ?.
-Porque en el tren viajan mis amigos y amigas
-¿Y tus amigos no se bajan a saludarte?.
-No ellos siempre viajan de un lado a otro......siempre están viajando.
El niño se retiró.
Al día siguiente volvió y nuevamente se acercó al hombre, estuvo jugando en las cercanías recogiendo guijarros que arrojaba a las vías y cuando el tren hacía su arribo buscó protección sentándose en el mismo banco.
Cuando el convoy partió el niño preguntó...
-¿No venía ningún amigo tuyo en ese tren?
-Si viajaban dos amigas, no las has visto?
-Una se llama Ilusión y la otra Esperanza
-Yo no he visto a nadie
-Para ver a mis amigos tienes que creer en lo que te digo, sino nunca los verás.
-Ilusión y Esperanza se dirigían a otro pueblo. En él seguramente encontrarán gente que las están esperando.
-¿Y por qué no bajaron aquí?
-En este pueblo no hay personas que las esperen.
Al día siguiente otra vez el niño apareció en la estación ferroviaria.
-¿Hoy vienen amigos tuyos en el tren?
-Depende, a veces no viajan. A veces viajan amigos buenos y otras no tan buenos. Todo depende de quienes los esperan.
Y así transcurrían los días en donde el niño siempre llegaba a la estación, minutos antes de la llegada del tren. El hombre no se extrañaba de que el niño viniera solo, en ese pueblo muchos de ellos vagaban por sus calles polvorientas jugando o haciendo barullo, principalmente a la hora de la siesta en donde se escuchaba el griterío de algún partido de fútbol. Sus padres permanecían tranquilos sabedores que no corrían peligro alguno.
En otra oportunidad el niño preguntó..
-¿En este tren quien viaja?
-En éste viajan la desesperanza, la angustia y la derrota.
-¿Y adónde van?
-Van a un pueblo donde la crecida del agua ha inundado campos, casas, colegios y plazas de juego y como la gente del lugar no ha encontrado soluciones a sus pedidos, ellas se instalarán en el lugar.
Una vez un convoy pasó por el pueblo. En él viajaba un circo con todos sus integrantes, animales y pertrechos. El niño dijo...
-¡Es un circo!
-En este tren viajan la felicidad y la alegría , respondió el hombre
.-Se dirigen a un pueblo donde los niños esperan ansiosos que llegue lo antes posible.
Otro dìa pasò un tren militar.
-En èl viaja la muerte, la sangre, la perfidia, la pobreza y el hambre.
-Tù no los ves porque no hàs vivido bastante para conocerlos, pero eso es lo que trae la guerra.
-Pero yo no entiendo, dijo el niño
-Todos los dìas vienes y te sientas en este banco ¿ Solamente ver pasar las cosas que cuentas?
-Es ver pasar la vida frente a tus ojos.
-Cuando uno crece, le explicò, y no tiene familia , amigos, niños como tù, o alguien a quien le intereses, solo te queda contemplar la vida y ver como pasa, esperando el momento en que Dios decida llevarte.
El hombre ve pasar lo que ya conoce hasta que se agota su propia vida en la espera de la muerte propia, lo desconocido
Por unos dìas el hombre no apareciò por la estaciòn.
Cuando violentando la puerta entraron a su casa el Comisario, el Jefe y el Mèdico- alertados por el nauseabundo olor que emanaba el ambiente- lo encontraron muerto.
En los estantes rùsticos habìa ciento de libros de sicologìa y filosofìa.
En uno de los cuartos, miles de cuadernos con anotaciones, frases y estudios filosòficos y una carta dirigida al niño.
En ella le legaba sus libros y cuadernos. Le dejò la antorcha al pequeño para que no se pierda el conocimiento.
Hoy aquel niño es uno de los màs famosos escritores del mundo.
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