Había pensado en lo bien que se sentiría después de hacerlo, en lo desgraciados que se sentirían los que la encontraran, en la gente que la quería, en la gente que la odiaba; en quien la amaba y en toda persona que alguna vez en su vida había tocado su cuerpo, pasado a su lado o simplemente le había hablado.
Se halló a sí misma pensando en toda persona viva y muerta que había pasado por su vida.
Sin darse cuenta tomo el cuchillo de la mesa.
Tan sólo jugaba, como tantas otras veces, a pasarlo por su cuello.
Luego pensó en todo por lo que había pasado...pensó en todo lo que quedaba por pasar, y se llenó de odio.
Ya no jugaba...ahora sentía.
Sentía odio, tristeza, melancolía.
Su puño apretaba cada vez más fuerte el cuchillo, y el filo se clavaba cada vez más fuerte en su garganta.
Ya no estaba conciente de lo que hacía, hasta que...miró la pollera de su vestido blanco.
Una gota de sangre había caído. Detrás de esa hubo otra, y otra, y otra más.
Cuando soltó el cuchillo y tocó su cuello con la mano se dió cuenta de lo que había hecho.
No sabía ni siquiera por qué había llegado a hacerlo.
Se llevó ambas manos al cuello desesperada, e intentó para el sangrado pero era demaciado tarde. El corte era profundo y ya no había manera de volver atrás.
Sentía que lentamente iba muriendo, mientras veía la sangre correr fuera de su cuerpo como si ya no le perteneciera.
Pidió perdón...pero sólo la escuchó el aire.
Cada segundo que pasaba se sentía más doloroso, la angustia se veía reflejada en su rostro.
El sol que entraba por las rendijas de la ventana se apagaba lentamente, al igual que las voces y el sonido de los autos fuera de la habitación.
Sentía que las paredes la encerraban, el aire le faltaba.
El cuarto era sombras. Sombras que la tomaban por los brazos y no la dejaban levantarse.
En un segundo nada quedaba.
Todo era oscuridad, completa y absoluta oscuridad.
El silencio la agobiaba y no sentía ya el latido de su propio corazón. No sentía el sonido de su respiración. No sentía...simplemente ya no sentía.
|