Estaba sentado en mi coche, me había detenido justo en frente de una seguidilla de árboles. El día era uno muy frío y el cielo amenazaba con llover todo el tiempo. A donde mirase se reflejaba el gris del encapotado firmamento. Yo, dentro de mi auto, pensaba que no había habido un día menos agradable en lo que iba del año, pero a pesar de ello decidí seguir esperándote, sí, no me importaba lo desagradable que el día fuera, no podía renunciar a la esperanza de poder verte aunque fuera un momento; yo pensaba que tu sola presencia llenaría de alegría el oscuro día.
Luego de un rato de esperar comencé a impacientarme; las manos ya poco reaccionaban debido a que el frío las había, casi, inmovilizado. Mi bufanda ya comenzaba a molestarme; no porque hubiera dejado de tener frío, sino porque me producía picazón en el cuello. Mis ojos, que siempre habíanse reflejado en lo que pudiera ser un verde pastizal de las llanuras pampeanas, hoy, poco a poco, ibanse convirtiendo en dos opacos aros de cromo. La tristeza de no poder verte los convertía de la propia infelicidad.
Cuando ya todo indicaba que no vendrías algo, realmente majestuoso ocurrió. Al fin llegaste; fui un tonto al creer que nunca mas volverías ¿Cómo creer que me habías abandonado? Cuando sin fuerzas me estaba yendo de nuevo a mi hogar, decepcionado por tu prolongada desaparición, te vi llegar por entre quienes te ocultaban; sí, eras tú, estabas de nuevo iluminando mi vida, y fue justo en ese momento que un niño que junto a mi auto pasaba dijo algo que confirmó lo que estaba yo viendo:
- Mami, mira, salió el sol.