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Inicio / Cuenteros Locales / yamilethlq / Diario 7. Se me eclipsa el mundo

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Julio.
28. Maromas desenrolladas y vueltas a enrollar, anaqueles a medio vaciar, cajas a medio llenar. En el epicentro de esta nueva huída hay sueños y letanías defectuosamente empacados. Yo no quiero cooperar. Se me eclipsa el mundo por sétima vez mientras contemplo mi pedazo de cielo a través de la ventana: celeste-gris en el día, azul-negro-rampante por la noche. Desde esta perspectiva conocí más a Andrómeda que al señor R. y familia. Qué importa. No hay tiempo para más. Me recojo en posición fetal. Cierro los ojos. Colgada del crepúsculo, acojo con más tolerancia que ayer el taconeo que viene del piso de arriba y, con admirable complacencia, el incesante goteo de las gárgolas en el patio contiguo. Parpadea el fluorescente. Y está bien así. La casa se despide. Es su forma de decir adiós. Veo. Escucho. Huelo sus rincones por última vez. Acaricio sus zócalos embadurnados de recuerdos. Río revuelto, abstruso escenario: a un lado están mis libros apilados. Los siento respirar. Exhaustos. Compañeros. Al otro, periódicos en rumas y más papeles. Desconcertados. A. insiste en que me deshaga de ellos. Yo me enterco, me envalentono, para llevarlos conmigo. Anaqueles a medio vaciar, cajas a medio llenar, maromas desenrolladas y vueltas a enrollar. Tomo un respiro y me contento con los objetos y sus sombras que desfilan en franjas híbridas sobre las paredes. Cuántos relojes detenidos, cuántos discos que nunca terminaré de escuchar, cuántas llaves para tantas puertas que ni recuerdo. Espacios deshabitados. Presencias incorpóreas. Cuánta vida otra vez en el partidor. Amanece y mis pasos gamuzados se despiden de las calles contiguas y sus intemperancias, del parque y sus escondrijos. Observo la casa de enfrente con su eterno letrero de SE ALQUILA. Allá va el hijo del Sr. R., con quien nunca crucé palabras, apenas miradas. Es suficiente. Avanzo sin ver atrás. Todas las escenas van grabadas en mis retinas, como El grito de Munch, y todos los sonidos agrupados en una sola sinfonía, que es la suma de todas las sinfonías. En este acto nómada advierto que se acorta la tribu: sólo A. y F. van conmigo. Yo voy con ellos. Llevamos el equipaje de N. y las fotos de D. Recuperaremos a T., con sus ojos de reclamo y su hocico mojado. Eso cuenta. Mañana comenzaré por desempacar algunos sueños y calcularé cuán lejos quedó Andrómeda.

Texto agregado el 29-07-2005, y leído por 270 visitantes. (2 votos)


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