Dices que quizá fue en Septiembre el inicio, yo no estoy de acuerdo, más bien creo que fue en Mayo, el día de mi cumpleaños... Estabas linda, paseabas de esquina a esquina buscando cliente, yo desesperado te abordé y te pedí la tarifa. Cuando nos pusimos de acuerdo me pediste que te pagara por adelantado, por aquello de las dudas, después me señalaste un cuarto de mediana calidad. Accedí, más por urgencia a mis necesidades o quizá porque me sentía solo. No sé, hasta el día de hoy, cuál fue el motivo.
Entramos al cuarto que olía a madera vieja y humedad, me sonreíste y te sentaste en la cama, con una sonrisa entre tus labios me dijiste:
–Es mejor que nos apuremos, sino nos vienen a tocar.
Ante tal contrariedad decidí darle velocidad al “asunto”. Me desvestí y cortésmente alabaste mi cuerpo, yo reí, pues ante tal flacura tus piropos eran una catapulta que subiría mi desvencijada autoestima. Me tomaste entre tu cuerpo, pues la mitad de mi ser aún no cobraba vida, estaba nervioso, ni siquiera en mi primera vez me había fallado el asunto.
Ante los embates de tu cuerpo despertó mi instinto que se hallaba sumido en la soledad y me hundí en las flores de tu cuerpo y al borde de los resortes empecé a decirte poemas en voz baja, casi al oído, tu mirada ya no fue la misma, cambiaste la mecánica ante los embates de mis labios, me dejaste hacer. Afuera ya nos habían tocado, pero seguíamos embelesados como dos adolescentes en su primera vez. Después tocaron insistentemente la puerta, en ese momento el deseo y la ternura se fundieron en nuestros cuerpos, emanados de un cansancio tenue, suave... Mis labios callaron y tú dejaste de moverte, me miraste tiernamente, te vestiste y me pediste que hiciera lo mismo, en ese lapso de tiempo pude ver la belleza de tu cuerpo que seguía bello, ante el uso carnal de mis semejantes. Te miré nuevamente y me disculpé por recitar poemas en ese momento... Sonreíste y de tu pequeña bolsa sacaste el dinero que te había pagado, lo metiste a la bolsa de mi pantalón, saliste y me dejaste vistiéndome. Al salir del cuarto vi como un viejo de mil años entraba con una mujer obesa, con el maquillaje corrido y que se carcajeaba grotescamente.
Al día siguiente ya no te encontré en esa esquina. Posteriormente te busqué a diario, pero mis esfuerzos fueron inútiles, pensé que ya no te vería.
Al siguiente mes caminando en círculos en ese mismo lugar, te vi entrando a la cafetería, te seguí, pero no estaba seguro de hablarte, pero el recuerdo de tu sonrisa me hizo entrar y sentarme en tu mesa. Al verme sonreíste, platicamos de los acontecido después de ese día.
Te dije que no sabía cuando volvería a verte. Pero esperaba que nos viéramos después.
Hoy al recordar el día en que nos conocimos, surgía la primera disputa entre nosotros:
–No, nos conocimos en Mayo.- Le dije con la esperanza de ganar la discusión.
–No, no es cierto, fue en Septiembre..- Contestó enérgicamente.
-Está bien fue septiembre.
-Me voy al trabajo.- Me dijo mientras se arreglaba un ligero suelto.
-Que te vaya bien, te espero más tarde. Espero algún día faltes a tus citas.
Ella me miró tiernamente, como se mira a niño que pregunta el motivo del color del cielo, y me contestó.
-Tú dedícate a escribir poemas. Yo me dedicaré a inspirarlos.
Esas fueron sus palabras, aún queman como la primera vez que hicimos el amor. Hoy son nostalgias que desahogo en esta catarsis a un cura que lee en este momento, aunque sé que por dejarla nadie me dará su absolución. Lector no te preocupes por la penitencia, esa me la pongo yo. Todos los días la recuerdo y la extraño como un alcohólico al licor. Sólo por ser mariposa que se posa en cada flor, la deje por ego, la dejé por falso pudor, por hipocresía, por cobarde y por miedo que hoy se convierte en licor.
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