Aquella Señora quedó estupefacta. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo mientras hablaba con una amiga por teléfono. Se acomodó sin embargo y guardó su compostura para asimilar mentalmente lo que acababa de escuchar, pero no por la conversación en si, sino por la inesperada interrupción que le hizo su hijita de seis años a la misma.

.-Mami, ¿Cuándo sea viejita,… me voy a morir?-
Aquella pregunta estremeció todas las fibras nerviosas de su cerebro e hizo que un centenar de miles de neuronas, se activaran en una frenética excitabilidad química que logró hacer reaccionar su instinto maternal y como un resorte muy a la defensiva, en un instante le contestó.

.-¡No mamita!, tú no te vas a morir.-.pero,…¿Estaba en lo cierto?. Por un momento pensó reflexivamente, que esa era la respuesta indicada, más luego divagó aturdida, por el asalto de la duda.
Recorrió en un segundo por el recuerdo de los buenos días que su pequeña hija le regalaba todas las mañanas y que le refrescaban sus sueños maternales, esos “buenos días mami, te quiero mucho”, le aceleraron su corazón.

.-¿Porque me haces esa pregunta?.-y la niña, con esa carita de inocencia obvió la pregunta con otra, todavía más intrigante.

.-Será porque tenemos sangre?.-colgó como una autómata el auricular del teléfono, dejando a su interlocutora fuera de circulación.

.-¿Cómo así, hijita?, ¿Por qué se te ocurren esas cosas?.-

Realmente, la madre estaba confundida un poco más que su adorada hija. Se acomodó sus cabellos, que sueltos, le adornaban su bello rostro y se procuró conversar seriamente con ella, sin aparente preocupación y con aire disimulado de tranquilidad, pero otra vez la paralizaron unas nuevas palabras, pronunciadas con ese aire infantil, pero con un toque casi dogmático.

.-Mi sangre me cuida como lo hace con todos los niños. ¿Verdad mami?

.-¿Por qué lo dices?.-

.-Porque la sangre nuestra tiene un poder sobre todos nosotros.-

.-¿Por qué?.-le inquirió la madre rápidamente intrigada por completo y con un gran sosiego esperó la respuesta.

.-Porque todos los niños tenemos sangre y tu debes saber mejor que yo que cuando la gente se muere, ¡La pierde!.-la niña hablaba en su mundo con gran aplomo y sabiduría.

.- Y yo no quiero perder la mía,…¡no quiero morirme!!!.-

Estremecida, la abrazó con todas sus fuerzas y comprendió de inmediato, el mensaje que Dios le enviaba a través del cristal de su hija.

.-¿Recuerdas a tu abuelita Patricia que se nos fué y no perdió ni una gota de su sangre?.- le quiso confortar con algún recuerdo para aplacar su ansiedad.

.-Si mami, pero ella...¡No sale por televisión! Y allí es donde veo que la gente se muere cuando pierde su sangre.-

La madre se preguntó cabizbaja, bajando una pesada lágrima, si eso pasaba solamente con su hija y se contestó de inmediato.

.-¡No!!!!!-
La reflexión efectista de su pequeña hija, la hizo comprender que no basta con amar a nuestros hijos y mandarlos a una escuela a recibir educación, sino que tenemos que reservarnos todo el tiempo posible, a defenderlos de los fantasmas invisibles que nos inundan en nuestra propia casa y en nuestras propias narices.