El lodo nos llegaba a los tobillos. En San Mateo nos habían prestado unas botas de hule para poder cruzar a Santa Rita, caminábamos cubiertos por un poncho mal hecho de bolsas de basura, nos movíamos despacio, exhalando fuerte por el esfuerzo de sacar los pies de aquel lodazal.
Los de San Mateo nos miraron, con aquella mirada que sólo puede anunciar la muerte, cuando les dijimos que iríamos a Santa Rita a ver a la patrona. No nos trataron de persuadir en nuestro intento porque sabían que éramos jóvenes y estúpidos, no valía la pena salvarnos la vida.
No podíamos oír nada, sólo las gotas que retumbaban en el plástico que nos cubría la cabeza, encontramos a un hombre y su hijo en el camino, el hombre se detuvo y nos ofreció queso, nosotros le dijimos que no teníamos dinero, él nos miró con la misma mirada de muerte, tomó a su hijo de la mano y se retiró con rumbo a San Mateo.
Calculo que caminamos dos horas por la calidad de la luz, vimos un pueblito en lo bajo del valle, de repente sentimos esperanza y comenzamos a apresurar el paso con fuerzas que no teníamos. Dos de nuestros compañeros nos dejaron atrás tratando de llegar lo antes posible y tener refugio de la cruel lluvia.
Llegamos al pueblo con la cabeza baja, exhaustos… cansados de recibir la fuerza de la naturaleza. Levantamos la cabeza para mirar donde estábamos…mi corazón dolió cuando nos dimos cuenta que habíamos llegado a San Mateo.
La sorpresa nos duró un rato cuando vimos al hombre que nos ofreció queso y su hijo salir de una de las casas. Habíamos caminado en círculo, dos horas bajo la lluvia caminando en círculo.
Uno de los hombres nos dijo:
- Pásenle muchachos… se los dijimos, nadie llega a Santa Rita a ver a la patrona, si no esta invitado.
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