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Sé que ahora ocurrirá. Lo he esperado y temido durante una eternidad y ahora tengo la certeza que en esta noche de aullidos y presagios concurrirá a la cita. Sus pasos cansinos, los que imagino, son mandobles acerados que me recogen y ensimisman. La noche, la plena noche, escurre con lentitud sus granos de ébano y las paredes al igual que mortajas, encajonan mis desvelos. Se acerca, lo sé, siento el quejido de las tablas lustrosas que, por algún terrible designio, en ese círculo aterrador de las doce a las seis de la mañana, resuenan como losas de sepultura. Ya está a pasos de mi habitación y me atrinchero desesperadamente debajo de las frazadas. La puerta de mi cuarto tiembla y multiplica sus quejidos amplificados por el silencio. La cerradura rechina su miseria de metales enmohecidos, luego, un sonido sordo que se va ampliando a medida que ese rectángulo grisáceo que en la claridad aliviadora del día sería una simple puerta, presiento que se deforma hasta dibujar una herida ulcerada. Es esa oscuridad, la presentida, la imaginada, que se confunde con los sigilos y los crujidos y juntos avanzan descalzos, óseos, al compás de cada uno de mis acelerados latidos. El terror se desparrama por mi cuerpo, mi piel es una trepidante cubierta próxima al colapso, mis cabellos se erizan y siento una indefinible electricidad cruzándolos desde su raíz. Sé que está allí, de pie, horadando las sombras con sus pupilas vacías, buscándome, saciándose de mi terror. Mi corazón es una bomba histérica que dispara una especie de miedo coagulado que de persistir, doy por hecho que acabará con mi angustiada existencia. Pero antes he de sufrir lo indefinible, sentir sus falanges desnudas acariciando mis sábanas para, con lujurioso envión, deshojarme y exponerme al confín de las tinieblas, al imperio de las hordas ululantes, de los rostros agusanados, de las sonrisas sin labios, al macabro festín en que las almas en pena se refocilan con las almas cárneas. No lo soporto más, mis pulmones acuden en postrer intento para empujar un ahogadísimo gritooooo que viaja por mi garganta para destrozarse, al salir expulsado por mi boca. Despierto mojado y pegajoso, como si me hubiesen sumergido en un océano de brea. La noche aún reina apoltronada en las sombras. No hay alivio para mí. No lo hay porque sé que esta noche sí vendrá…

Texto agregado el 19-09-2003, y leído por 442 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
01-02-2006 Me imaginé que me sucediera a mi y el terror que sentiría ante esa circunstancia, también estaría cobijada en las sábanas y sudada y tiritando.Muy buena esta sensación de terror que provocas, claro sabiendo que no es. *****Victoria 6236013
13-03-2004 Ufff, terrorifico yoria
 
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